Lo primero que escribí en serio –allá por mi adolescencia– fue un puñado de versos ordenados en varias estrofas que dieron forma a un poema. El motivo fue una día de monte, más concretamente en Sierra Salvada, en el que se dieron unas circunstancias concretas y especiales que convirtieron una jornada montañera más en unas horas inolvidables. El hecho de plasmar aquellas sensaciones obedeció a la necesidad de sacarlas de ese lugar ignoto en el que nacen, crecen y habitan las emociones y sosegar el pulso desbocado.

La experiencia me gustó. Me servía para desahogar sentimientos y deshacer nudos. Continué escribiendo versos, incluso publiqué un humilde y cursi poemario en 1983 y durante años pertenecí a la Asociación Cultural El Candil, de Basauri (Bizkaia), en donde aprendí a hacer algunas cosas y, especialmente, a no hacer otras.

Hoy en día, de vez en cuando, surge la inspiración y si me pilla con la red preparada puedo ser capaz de cazar al vuelo algunos versos que luego, como buen recolector, catalogo en buenos, regulares o malos, y procedo a su almacenaje y elaboración o bien a arrojarlos al cubo del olvido –que jamás de la basura–.

Como parte de mi producción literaria incluyo, después de mucho pensarlo, esta sección en la web. Pienso que aunque no constituyan mi fuerte, algunos de mis versos sí tienen la suficiente dignidad como para viajar en este barco de letras.

Y sí, prefiero decir versos antes que poemas, ya que no me considero poeta, sino hilvanador de versos. De ahí que hasta el título de la sección me resulte hasta un punto pretencioso, ya que hilvanar no es lo mismo que coser, y si no que se lo pregunten a las buenas modistas y a los buenos sastres.