Llueve
Llueve.
Es como un diluvio a plazos.
Como un diluvio sine die.
Llueve.
En la tarde,
al otro lado de la ventana.
Llueve.
Hoy son grises los caminos
y cabezas mondas los ribazos.
Peregrinos exhaustos,
pastores resignados,
niños marginados,
perros huesudos,
ateridos gorriones,
solitarias alamedas,
se mojan en la tarde
sin saber que la lluvia
es una lágrima gigante
hecha añicos por un atlante
que quiso anegar al mundo
en la pena más honda:
la del alma.
Llueve.
Las sombras sestean en la cama,
en el patio las plantas duermen.
Duerme la guitarra.
Las horas duermen.
El pueblo entero
es un gato silente,
que aguarda, encogido
—un ojo cerrado, el otro entreabierto—
a que cese el aguacero.
Llueve.
Tu respiración y la mía
buscándose en el silencio.
Llueve.
En la tarde,
sin prisas,
mientras la luz se extingue
y la noche vuelve.