Nunca he ocultado mi pasión por la Historia. Al contrario, siempre que me han preguntado al respecto he manifestado claramente esa pasión. Del mismo modo, siempre he declarado que ese amor por la Historia me lo inculcó mi abuelo Isidro y más tarde lo reforzó el hermano menesiano José María Onaindia, mi profesor de esa asignatura en el colegio Berrio-Otxoa, de Bilbao, durante mis años de bachillerato.

Por esa magnífica influencia es muy posible que a la hora de lanzarme a la aventura de escribir mi primera novela me decantara sin dudarlo por el género histórico, hábitat en el que me sentí tan cómodo que a aquella primera novela siguieron otras siete u ocho.

Recuerdo, y así lo reconozco tanto en privado como en público, que a pesar de los conocimientos que yo poseía cuando comencé a escribir novela, enseguida descubrí, con cierto pudor y con sincera humildad, que mi bagaje no era tan amplio ni tan sólido como para valerme por mí mismo. Una cosa es saber bastante, incluso mucho, y otra bien distinta dominar un tema concreto. Existían cantidad de detalles que se escapaban a mi conocimiento. Era algo así como conocer los titulares de una noticia, pero ignorar el contenido de la misma. Así que, en un primer paso, dediqué un buen tiempo a documentarme más profundamente sobre todos aquellos temas que me hacían falta: costumbres y normas sociales, jurídicas, religiosas; nombres de personas y lugares; tradiciones, etc. Fueron horas y horas, días y días entre las paredes de la Biblioteca de Bidebarrieta y sobre todo de la Biblioteca Foral de la Diputación de Bizkaia.

Como aún no me sentía lo suficientemente seguro di un segundo paso, que consistió en ponerme en contacto con especialistas, algunos de los cuales ya conocía por los trabajos profesionales que había consultado. El primero que me sedujo fue Iñaki Bazán, licenciado en Geografía e Historia por la UPV/EHU y doctor, con premio extraordinario, en Geografía e Historia por la misma Universidad. En mis primeras novelas, él fue mi principal guía. Su mujer, María Ángeles Martín Miguel, también contribuyó con sus trabajos a enriquecer mis conocimientos.

Novela a novela me iban surgiendo nuevas dudas. El aprendizaje es un paisaje que se dilata cuanto más te adentras en él. Es algo no inmenso, sino infinito. Recuerdo a profesionales que me ayudaron de manera extraordinaria, como Carmen Trillo San José, profesora titular del área de Historia Medieval de la Universidad de Granada; Ricardo Guerra Sancho, Cronista Oficial de la Ciudad de Arévalo; Ignacio Cacho Nazábal, S.J., o Luis Padura, escultor de Llanteno (Tierra de Ayala-Álava). De otros cuantos, periodistas, bibliotecarios, archiveros, investigadores, etc., también obtuve valiosa información.

Nunca he olvidado aquellos años de continua investigación y menos aún a aquellas personas que generosamente me ayudaron. En las estanterías de mi casa guardo como tesoros los libros que me regalaron y los que yo adquirí por mi cuenta.

Hoy es el día en que quiero rendirles homenaje. Esta sección está dedicada a exponer algunos de sus trabajos. Será una forma de tener siempre fresco el sentimiento que marcó unos años inolvidables. Gracias a ellas y a ellos, la Historia se afianzó aún más en mí.

Ellos y ellas escribieron, y siguen escribiendo, la Historia que me gusta.