Aterrizaste en la copa desde un universo para mí inaprensible. Inaprensible como tus manos, como tus paseos, como tu nuca o tu silencio. Silencio en el que se clavaron tus pupilas como dardos y en el cristal se posó tu boca —más gacela que leona— para anunciar tu presencia, para enfriar tu aliento, para atraer mi boca.