Creo que fue en 1976 cuando leí “Chacal”, la célebre novela de Frederick Forsyth. Lo que recuerdo es que fue en verano, y la mayor parte del libro leído, y disfrutado, en Lezama (Álava), en la era del caserío Lanzuri, lugar que los que me conocen bien saben la importancia emocional que posee para mí.

Puede que las soledades del caserío Lanzuri influyeran a la hora de gozar de aquella lectura, pero sobre todo se debió al argumento y a la maestría de su autor. Las páginas de “Chacal” se convirtieron en el mundo en el que habité durante horas, sintiendo, escuchando, oliendo, casi tocando a personajes, lugares… Hasta el punto de que su recuerdo ha perdurado vivo hasta hoy, tantos años después.

Desde junio no había recomendado una lectura. Ahora, con el verano consumido en sus dos terceras partes, retomo la osadía de hacerlo. Considero que “Chacal” es una buena elección. Tan sólo pensar en las emociones experimentadas en aquel verano de mi juventud hace que el corazón se acelere, como cuando me sentaba en una tumbona de playa, a la sombra del cerezo, y entregaba mi tiempo, mi expectación y mi admiración a las páginas que Forsyth construyó con una pericia fascinante.

                                                                                                                                                                                                                                       Imagen de Frederick Forsyth tomada de Quillette.

Chacal

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