Rubén Sánchez Fernández es un escritor almeriense afincado en Valencia. Supe de él y de su obra gracias a su generosidad. Me explico. En diciembre pasado, a mi compañera, Idoia Mielgo Merino, la editorial Olé Libros le publicó su poemario Tú en mis palabras, y un tal Rubén Sánchez, a quien la misma editorial le acababa de publicar su segunda novela, La melodía de las balas, fue de los primeros, si no el primero, en felicitar a Idoia por su reciente publicación. Para ella supuso una alegría; para mí el detalle de alguien que entiende la literatura como un camino compartido. A raíz de ahí me interesé por él y aún más por su obra. Descubrí su web (https://www.rudosafer.com/), y dentro de ella el Blog Meros Indicios. En una y en otro fui descubriendo a una persona interesante, y en el paquete de interesante incluyo la humildad, la osadía bien entendida, el saber estar, el deseo de comunicar sus impresiones, sus motivos, sus experiencias literarias, y junto a ello un tremendo respeto por la escritura y por el arte de escribir.
Creo que estamos ante uno de esos autores que anteponen la calidad a la cantidad y que por encima de los números, de las ventas, de la fama y demás espejismos que nublan y confunden a muchos autores y a muchas autoras, antepone el cuidado, la superación, el trabajo y el mayor mimo que pueda imprimir a sus obras. Creo también que estamos ante un escritor con un estilo peculiar. Recientemente le comenté que dos novelas no son mucho bagaje para juzgar a un autor, pero que si mantiene la línea marcada puede, a mi humilde entender, convertirse en un nombre de referencia en un futuro no muy lejano. Me gustaría que fuera así. En este sinuoso camino de la literatura, encontrarse con alguien que va de frente, que sabe cuál es su sitio, que no avanza para superar a nadie, sino a sí mismo, gusta, qué carajo. Caminar al lado de alguien así siempre enriquece.
CHARLANDO CON…: Imaginemos que se presenta usted, como escritor, ante un gran público que no le conoce. ¿Cómo se presentaría? ¿Qué le diría?
RUBÉN SÁNCHEZ FERNÁNDEZ: La experiencia me ha demostrado que las presentaciones, aun necesarias, limitan bastante la percepción sobre una persona. Somos lo que hacemos, pero también lo que decimos. De modo que quizá sea mejor dejar que ese gran público se haga una idea de quién soy leyendo esta entrevista.
CHC: ¿Recuerda cuáles fueron sus primeras lecturas?
RSF: Con absoluta claridad. Como la vida, la literatura tiene sus etapas. Mi padre me enseñó a leer deletreando los nombres de los periódicos sobre una mesa camilla. De ahí pasé a mis primeras lecturas infantiles en aquella fantástica colección que era El barco de vapor (Cucho, El maestro Ciruela…) e invariablemente llegó la adolescencia, marcada por Cela (La familia de Pascual Duarte, Mazurca para dos muertos…) y, sobre todo, por Miguel Delibes (El camino, El príncipe destronado), pues mi padre poseía todas sus obras.
CHC: ¿Cómo fue la evolución de esas primeras lecturas?
RSF: La propia de la edad, supongo. Aunque, echando la vista atrás, me doy cuenta de que siempre me incliné por lecturas de corte humanista, en las que el ser humano, con sus virtudes y miserias, es el centro de la literatura.
CHC: ¿Y qué lee ahora?
RSF: Siempre tengo libros en la mano, en el despacho o en la mesilla de noche. Alterno géneros y lecturas según la época o el estado de ánimo. Por ejemplo, terminé recientemente un ensayo de Vargas Llosa, acabo de comenzar un libro sobre psicología criminal y entretanto los voy alternando con Faulkner. A lo que he de añadir algún otro que se me está indigestando, pero quiero darle una oportunidad.
CHC: ¿En qué momento de su vida descubrió que quería ser escritor?
RSF: Nunca quise ser escritor. Simplemente, un día empecé a escribir, y hasta hoy. Y de algún modo hay que definirse, claro.
CHC: ¿Qué autores y/o autoras han influido más en su obra, si es que alguno/a lo ha hecho?
RSF: Innumerables, y cada uno por diferentes motivos: la crudeza de Cela, el humanismo de Delibes, las técnicas literarias de Vargas Llosa, la riqueza léxica de Pérez-Reverte, el costumbrismo de Mark Twain. Ah, y el pesimismo casi telegráfico que habita en Hemingway. Estos son solo algunos de los ejemplos.
CHC: A su juicio, ¿qué es lo que hace buena o mala a una novela?
RSF: Es sencillo. Dos pilares: que esté bien escrita y que capte la atención del lector.
CHC: Entre una buena acogida por parte del público o una buena acogida por parte de la crítica especializada, ¿con cuál se quedaría?
RSF: Depende. Pongamos como ejemplo un libro “escrito” por una famosa tertuliana del cotilleo patrio. El público compró cientos de miles de ejemplares, lo que no la convierte en buena literatura. Por otro lado, en estos tiempos en los que las redes sociales han democratizado tanto la opinión literaria (blogueros, reseñadores, etc.), la crítica es cada vez menos especializada; más bien la crítica y el público cada vez se identifican más entre sí. Por tanto, regreso al depende anterior. En todo caso, me quedo con la tranquilidad de conciencia de que uno haya hecho lo posible por escribir bien un libro.
CHC: ¿Cree que se lee todo lo que se debería?
RSF: En absoluto. Además, no es que no se lea, es que no sabemos leer. Me sorprende la cantidad de personas que se pasan la vida leyendo y no retienen nada de lo leído, no aprenden, no profundizan en la lectura, no extraen ninguna conclusión, enseñanza o perspectiva del libro que han sostenido en sus manos durante días o semanas. Consumen significantes, pero no significados.
CHC: ¿Por qué no se lee más?
RSF: Por multitud de factores. Porque el ser humano es, por naturaleza, visual, y le resulta mucho más sencillo y atractivo ver cine o televisión. Porque en el sistema educativo y en demasiadas familias no se fomenta la lectura. Y porque, respecto a ese ciudadano medio de esta impaciente y acelerada sociedad, que declara orgulloso haberse metido entre pecho y espalda dos temporadas de una serie en un fin de semana, ¿cómo vamos a esperar de él la paciencia de degustar y asimilar pensamientos y reflexiones en forma de palabras durante meses? ¿Cómo pretendemos que prefiera imaginar la acción a partir de leerla en unas páginas a que la absorba en forma de imágenes y sonidos impactantes?
CHC: ¿Cree que se publica más de lo que se debería?
RSF: Creo que se debería cuidar mucho más lo que se publica, tanto en lo literario como en lo gramatical (revisar mejor los textos, corregirlos, etc.). Pero la cuestión mercantil es inevitable. Son las reglas del juego. Luego, que cada lector exprese sus preferencias.
CHC: ¿Qué siente cuando ve, u oye, que alguna de esas figuras del famoseo barato ha estado firmando cientos de libros en tal o cual librería o centro comercial?
RSF: Lo dicho, que son las reglas del juego. ¿De qué vale indignarse? Cada cual tiene su público. Vender libros no equivale a cultivar la literatura.
CHC: ¿Cree que desde los organismos pertinentes se fomenta debidamente el amor a la lectura, a la escritura, a la cultura en general?
RSF: ¿Usted ha visto a los que nos representan en esos organismos? ¿Ha notado su nivel cultural? Un detalle que me haya hecho reír. Se lo agradezco.
CHC: ¿Qué opinión le merecen las Ferias del Libro?
RSF: Que son imprescindibles y que acercan los libros al público. Y fíjese en que he dicho “los libros”, no necesariamente la literatura, como he dicho antes. Porque en esas mismas ferias podemos contemplar una cola de cientos de personas esperando a que el famoso de turno firme su libro y otra de cuatro o cinco para que lo haga un escritor de calidad, pero que no sale en Sálvame.
CHC: ¿Qué haría, si estuviera en su mano y si fuera posible hacerlo, para mejorarlas, para atraer más público?
RSF: Aunque yo puedo ser sospechoso de muchas cosas, pero no de no trabajarme la promoción de mis novelas, a eso deberían responder las editoriales y las librerías, que para eso se llevan su parte.
CHC: ¿Hay algún autor/a a quien no «pueda» leer?
RSF: Más que a autores, a algunas de sus obras. Pero como todo, es una cuestión de gustos. E incluso de épocas: no es infrecuente que un libro que no soportamos en la juventud se nos revele como imprescindible en la madurez.
CHC: ¿Y quién es el autor/a al que le encanta leer?
RSF: A los que he mencionado antes, y a otros muchos, por supuesto.
CHC: ¿Cree que puede haber autoras/es que por no ser conocidos en otros ámbitos o no disfrutar de una adecuada promoción puedan pasar inadvertidos a pesar de tener trabajos dignos de obtener más éxito?
RSF: Absolutamente. ¿Sabe cuántos niños prodigio para la música habrá en cualquier poblado de África o del Nepal, pero que al no tener un padre como tuvo Mozart ni tener al alcance un instrumento musical pasan desapercibidos? Nadie compra lo que no conoce. Ojo, y al contrario: si al público le meten por los ojos un mismo libro y adondequiera que mire en las librerías, el stand con la obra que un gran grupo editorial ha decidido mimar lo invade todo, no es extraño que no profundice ni se complique y diga: “Me llevo este, que está de moda”. Luego, que esté bien o mal escrito, ya es otra cosa…
CHC: El nombre, o la labor de un/a representante, ¿qué porcentaje tiene en el éxito de una novela y de un autor?
RSF: El que dicho representante quiera. Si confía en el autor y en su obra y lo defiende arduamente, más allá de lo que su relación contractual establece, puede hacerle llegar muy lejos, y por tanto también él. Si ser escritor no es un trabajo con horario reglado, imagine su representación. La literatura es pasión y vocación. Para crearla, pero también para defenderla.
CHC: ¿Qué opina de los autores/as que firman libros escritos por los denominados «negros»?
RSF: Sobran ejemplos de este mal que acontece cuando la literatura solo es un pretexto para el negocio editorial: famosos cuyo público es un nicho de mercado que comprará cualquier cosa que lleve su nombre, pero también autores consagrados a los que un día se les acaban las ideas y la editorial les empujar a sacar a la luz otra obra como sea. Es otra forma de estafa: a la literatura y al público.
CHC: ¿Qué opina de los best sellers?
RSF: Que unos lo son con razón y otros, como he dicho antes, el producto de un gigantesco plan de marketing destinado a que el gran público los compre porque están de moda y expuestos en todas partes.
CHC: El fenómeno de la autoedición y de la coedición está en auge y, si los datos no me engañan, cada año hay más editoriales de este estilo —incluso alguna de las grandes ha incorporado esta forma de editar como complemento a su edición tradicional— y más autores y autoras que se decantan por ellas. ¿Qué opina de esto?
RSF: Que es un tema extenso y complejo, pero intentaré resumirlo. En primer lugar, si una empresa no invierte su dinero en publicar una obra no debería llamarse editorial, sino “empresa de servicios editoriales” o, simplemente, “imprenta”, puesto que, además de escribir la obra —casi nada—, corresponde al autor correr con todos o gran parte de los gastos. Y me parece perfecto, pero no cuando una supuesta “editorial” pretexta el “compromiso del autor” para que sea este quien arriesga su dinero. Las cosas claras desde un principio.
En un mundo en el que se publica tanto, la autoedición es una magnífica forma de darse a conocer. Y en cuanto a que cada vez más editoriales contemplan esa forma de publicación o la coedición, habremos de concluir que apuestan a caballo ganador: es el autor el que corre con casi todo el esfuerzo y los gastos de testar la aceptación que su obra tiene entre el público. Si sale mal, pierde él. Si sale bien, la editorial invertirá en un nicho de mercado, en unos lectores que previamente ha logrado el escritor, no aquella.
Por tanto, todas las formas de edición me parecen aceptables, pero siempre que las cosas estén claras, lo que en demasiadas ocasiones no ocurre, como muchísimos escritores sabemos.
CHC: ¿A qué se debe el que un autor prefiera esta forma de edición a la edición tradicional? ¿Impaciencia? ¿Temor al rechazo? ¿La dificultad para acceder a una editorial convencional? ¿Los largos tiempos de espera que muchas veces se producen a la hora de recibir una respuesta por parte de las editoriales?
RSF: Influyen todos los motivos que enumera en su pregunta, a los que añadiré uno más. Aunque no digo que sea la norma general, se sorprendería de la cantidad de escritores que se quejan de la ignorancia a la que son sometidos por su editorial tradicional una vez han logrado publicar con ella. Autores que se dejan la piel publicitando su obra en redes sociales, círculos especializados, librerías, prensa, etc., para luego llevarse un exiguo 10 % por haber hecho durante meses un trabajo que correspondía a dicha editorial. Resulta lógico que en la siguiente obra opten por autopublicar. Puede que eso tenga menos “prestigio” o les cierre algunas puertas, pero, puestos a realizar el esfuerzo de darla a conocer, al menos la rentabilidad sobre su propia obra es mucho mayor.
Aún más claro: si un autor se duerme en los laureles, no puede pretender que su obra llegue lejos. Pero cuando un escritor se deja la piel, las pestañas y la vida defendiendo su novela, su editorial debe corresponder de igual modo y partirse la cara por ellos.
CHC: Usted ha probado ambos tipos de publicación: la autoedición y la edición tradicional. ¿Qué ventajas y qué inconvenientes ha apreciado en cada una de ellas?
RSF: En cierta forma, ya he respondido a esta pregunta, pero resumiré la respuesta. La autoedición supone una carga mucho mayor para el autor, que, además de escribir su obra, tiene que pagar los gastos de corrección, maquetación, impresión, etc., publicitar el libro, peregrinar por librerías y foros que acepten venderlo, redactar los contratos de depósito, gestionar la declaración del IVA, buscarse la vida con los medios de comunicación, y un sinfín de cosas más. Pero el control y la rentabilidad que obtiene sobre lo que ha escrito son casi absolutos.
La edición tradicional implica, en principio, que hay un reconocimiento de profesionales de que esa obra tiene calidad para ser publicada, hasta tal punto que van a invertir su dinero en ella. A partir de ahí, como he dicho antes, autor y editorial han de ir de la mano en la difusión del libro, comunicarse constantemente, proponerse ideas, ser proactivos y participativos. Me es imposible concebir que alguien apueste por una obra que posteriormente no defiende hasta colocarla en el lugar más alto que pueda.
CHC: ¿Cree que la pandemia que estamos atravesando, especialmente los meses de confinamiento del año pasado, ha provocado la proliferación de autores y autoras? Un colega me decía hace poco que ha sido como cuando llueve y escampa: que salen caracoles por todas partes.
RSF: Aunque lo asociamos a exponer públicamente, a sacar a la luz algo, realmente escribir no es sino un previo e imprescindible acto de introspección, que se ve potenciado cuando la presión o la limitación del entorno es mayor —como ha sucedido en la pandemia—. El problema no es escribir, en el libre y democrático sentido de expresar lo que se imagina, se siente o se ha vivido; el problema es carecer de los conocimientos básicos y de la capacidad autocrítica para entender que las frases que un golpe de inspiración nos ha hecho plasmar en un diario deberían cumplir muchos más requisitos de estructura, desarrollo, corrección de estilo y gramatical, etc., antes de darlas a conocer, o de pretender que una editorial invierta su dinero en ello.
CHC: ¿Qué opina de los talleres de escritura?
RSF: Lo mismo que de las editoriales o incluso de los mismos escritores: que hay de todo. Depende de quién los organice, qué conocimientos literarios y lingüísticos posea y qué contenido se imparta. Hay talleres respetabilísimos y de calidad, y auténticos sacacuartos que juegan con las ilusiones de los autores, prometiéndoles convertirlos en un fin de semana en los próximos candidatos al premio Nobel de literatura.
CHC: ¿Cree que, para escribir a un nivel, digamos, por encima de la media, hay que poseer un don especial? Lo mismo puede decirse de la música o de cualquier otra actividad artística.
RSF: Creo que es la mezcla precisa de varios factores: habilidades naturales, formación y conocimiento, esfuerzo y disciplina y, por supuesto, suerte. Dar con la fórmula adecuada. La historia nos ha legado innumerables ejemplos de escritores que pasaron desapercibidos hasta que encontraron su propia voz para narrar una historia magnífica. E incluso, después de esa obra maestra, algunos volvieron a pasar desapercibidos.
CHC: ¿Se puede llegar a ser buen escritor/a si no se lleva dentro esa especie de… «don»?
RSF: ¿Por qué no?
CHC: ¿Considera que la escritura debe ir unida a la lectura? Para ir más directo al grano: ¿cree que se puede llegar a escribir con una cierta dignidad sin tener un mínimo bagaje como lector/a?
RSF: Me cuesta creer que alguien complete con éxito una maratón sin un previo y concienzudo entrenamiento. Pero todo es posible, claro.
CHC: Proceso de trabajo. ¿Qué es primero: una idea repentina que da pie a un escrito o la búsqueda de una idea para ponerse ante el teclado?
RSF: En mi caso, ambas. Primero, una idea, escogida de entre todas las que se me ocurren y voy anotando. Después, alrededor de esa idea hay que armar toda una estructura con otras ideas secundarias, terciarias, tramas, subtramas, personajes…
CHC: ¿Cree en la inspiración?
RSF: Por supuesto. Pero, como decía Baudelaire, es hermana del trabajo cotidiano.
CHC: ¿Es un autor de tiempos regulares o no lleva un patrón de días y horas?
RSF: Soy un autor organizado y disciplinado. Procuro llevar un patrón horario, siempre que mi trabajo me lo permita.
CHC: ¿Relee mucho sus escritos?
RSF: Hasta un extremo que le costaría creer.
CHC: ¿Corrige mucho sus escritos?
RSF: Idéntica respuesta.
CHC: ¿Qué es lo que menos le gusta de su manera de escribir?
RSF: Aquello que me hace sudar y que me esfuerzo en corregir a diario.
CHC: ¿Y lo que más le agrada?
RSF: Creo que eso es mejor que lo expresen los lectores.
CHC: ¿Cree que posee un estilo peculiar?
RSF: Entenderá que le ofrezca la misma respuesta que a la anterior pregunta.
CHC: ¿Se considera un escritor original?
RSF: Y la misma que a la anterior.
CHC: Imagino que en el momento de ponerse a la escritura de una obra tiene prefijados los personajes y el argumento, pero ¿aparecen tramas nuevas, e incluso nuevos personajes, a medida que la cosa avanza?
RSF: Dedico mucho tiempo a documentarme y a planificar una novela antes de comenzar a escribirla. Pero, una vez que comienzo a hacerlo, surgen nuevas tramas, algunos personajes dejan de funcionar y los elimino o modifico, aparecen nuevos, se van por sus propios derroteros… En fin, que la literatura está viva. Y por eso merece la pena escribir.
CHC: La escritura de una novela lleva varias etapas en las que entran en juego el argumento, los personajes, el desarrollo… ¿Hay alguna etapa, o alguna parte de una etapa que le cueste más trabajo que otras?
RSF: Todas poseen su complejidad, al menos para mí. Documentarme para una novela demanda mucho tiempo, llamadas, encuentros, anotaciones, esquemas… Escribirla exige una disciplina cotidiana. Corregirla, ni le cuento. Es muy duro decidir qué brazo o qué pierna te mutilas.
CHC: ¿Y alguna en la que todo fluya de manera sencilla?
RSF: En mi caso, nada fluye con sencillez, sinceramente.
CHC: Suele decirse que un autor, por mucho que quiera, no puede dejar de plasmar algo personal en sus escritos. ¿Qué opina de esto?
RSF: Las personas mostramos parte de nosotros en todo lo que hacemos: en cómo nos expresamos, cómo nos vestimos, en los gestos que hacemos… y, por supuesto, en cómo escribimos. Lo que no implica que haya una correlación directa entre lo que se escribe y lo que se es.
CHC: En su caso, ¿suele valerse de experiencias propias a la hora de crear personajes, tramas, escenas? ¿Hay mucho de Rubén Sánchez en sus novelas?
RSF: Tres son los manantiales de los cuales brota la literatura: imaginación, observación y recuerdo. Esto lo dijo Miguel Delibes. Y me parece una respuesta perfecta.
CHC: ¿Es usted de los que se inspiran en la vida cotidiana, en los detalles, es decir, de los autores que observan y toman nota?
RSF: Creo que, ante todo, un escritor es alguien que no permanece indiferente ante la realidad cotidiana que lo golpea. Y de los golpes y embates que por algún motivo llaman mi atención tomo buena nota. Algunos acaban fructificando en forma de literatura y otros no.
CHC: ¿Hasta qué punto es riguroso en la descripción de los lugares que aparecen en sus novelas?
RSF: Hasta el punto de que mi intención siempre es que el lector visualice, viva esos lugares y acompañe a los personajes como un mudo observador de sus andanzas.
CHC: ¿A cuántas personas deja leer sus borradores?
RSF: A un reducido número de íntimos de diferentes ámbitos (periodístico, literario, jurídico, etc.), que, lejos de darme palmaditas en la espalda, me dan su opinión con toda su crudeza, cosa que les agradezco infinitamente.
CHC: Hasta el momento lleva publicadas dos novelas: Hadas con tacones afilados y La melodía de las balas. La primera contiene los elementos propios de la novela negra pura y dura: víctimas salvajemente asesinadas, un inspector caído en desgracia en la Policía, amores pasados que inciden en el presente, un peligro latente que le acecha… La segunda trata de un sicario, antiguo terrorista repudiado por ETA, que acude a Valencia para ejecutar a una víctima, pero las cosas no salen como esperaba y se cruzan por el medio una joven informática y un siniestro inspector de policía. Su profesión, ¿ha influido en la elección de este género?
RSF: O tal vez mi perspectiva de la vida influyó en la elección de mi profesión. Quién sabe…
CHC: Imagino que ser inspector jefe de policía ayuda bastante a la hora de recrear ambientes, protocolos, sistemas, atmósferas, jergas… Conozco a autores de novela negra que continuamente se ven obligados a «pedir sopitas» a la Ertzaintza o al cuerpo policial que corresponda. Usted lo tiene más fácil.
RSF: Sin duda. Pero en mis novelas aparecen otras muchas áreas o disciplinas que nada tienen que ver con lo policial, y que me obligan a documentarme y a entrevistarme con profesionales o expertos para ofrecer al lector la mayor verosimilitud posible. En el fondo no juego con ventaja.
CHC: A su juicio, ¿qué hace buena o mala a una novela negra o de corte policiaco?
RSF: Permítame que regrese al ejemplo de la mezcla perfecta. Lo que pasa es que no creo en las fórmulas simples. Considero que una novela, sea del género que sea, es buena si conjuga una buena técnica literaria, si está bien escrita, si los temas que trata resultan interesantes en esa época y lugar y si los personajes están bien construidos.
CHC: Hace años, escuché decir a un escritor de novela negra que la base de este género radica en el enfrentamiento entre el bien y el mal, entre los buenos y los malos, pero yo creo que por el medio existe una gama, más o menos amplia, de grises. ¿Qué opina usted?
RSF: Que estoy de acuerdo con usted. Me resultan estomagantes los personajes estereotipados o arquetípicos. Los buenos muy buenos y los malos muy malos. La vida es compleja, difícil de interpretar, y quizá la clave para hacerlo esté en los detalles, que hemos de trasladar a la literatura para que el lector acepte el desafío de seguir leyendo.
Tema aparte son las tramas en las que se basa la novela negra. El precio de que un género literario permanezca incólume a lo largo de tanto tiempo es que las ideas parecen estar agotándose y empiezan a reinventarse en forma de distopías. Pero fíjese, por ejemplo, en Orwell. Lo que él imaginó en su novela 1984 ha sido superado hoy por una realidad, lo que obliga, a su vez, a inventarse situaciones literarias cada vez más absurdas. Pero la literatura, como la vida, son ciclos. E igual que lo vintage y las barbas han vuelto, confío en que sabremos regresar al género negro en su pureza, si es que la tiene.
CHC: En sus novelas, ¿aparecen personajes reales?
RSF: En mis novelas aparecen personajes compuestos, como he dicho antes, de imaginación, observación y recuerdo.
CHC: ¿Por qué este género tiene tanto tirón entre los lectores?
RSF: Porque nos asoma al abismo. Nos hace caminar como funambulistas por el cable de la ficción que nos separa de una dura realidad que está ahí abajo, esperando a que caigamos en ella.
CHC: En su vida privada, la música ocupa un papel importante. Cuéntenos brevemente cómo empezó en el mundo de la música, qué instrumento es su favorito, si sigue practicando, cómo influye la música en su creación literaria.
RSF: Una vez más, aparece la figura de mi padre, y también la de mi madre. Él me transmitió el gusto por la música, y ella la constancia y la disciplina en practicarla. Además de mi padre, dos primos míos también son pianistas, por lo que no resulta extraño que el piano sea el instrumento que toco desde niño, si bien no es mi único favorito: también lo son la guitarra y el violín; aunque, por desgracia, jamás he aprendido a tocar ninguno de estos últimos.
CHC: En La melodía de las balas, el protagonista, aparte de su faceta, digamos, «oscura», es un buen pianista, que lleva la música en sus venas. ¿Cuáles fueron las razones para dotarle de esa faceta artística?
RSF: Estamos demasiado acostumbrados al sicario arquetípico; un tipo frío, duro, cuya existencia en la historia solo se justifica por su objetivo: matar. Por eso inventé un sicario distinto, con inseguridades, con miedos, con cierta sensibilidad…, con un modo peculiar de percibir la realidad. Por eso inventé a Jon Cortázar.
CHC: ¿Qué llevaría mejor, un mundo sin música o un mundo sin literatura?
RSF: Como la ciencia ficción no es lo mío, me alegra que cualquiera de esos mundos sea imposible, pues, en cierto modo, la literatura es música y la música es literatura.
CHC: ¿Se ve escribiendo en un género diferente?
RSF: Me veo escribiendo lo que escribo hoy. ¿Mañana? Quién sabe…
CHC: ¿Puede desvelar en qué se encuentra trabajando actualmente?
RSF: La experiencia me ha enseñado que las palabras prematuras son una magnífica dieta, pues a menudo tienes que comértelas. Mi tercera novela está demasiado tierna, por decirlo de algún modo. Prefiero no adelantar ideas que luego, tal vez, jamás lleguen a ver la luz.
CHC: ¿Cómo definiría lo que anímicamente supone escribir una novela? En otras palabras, ¿qué sentimientos le invaden desde que tiene la idea más o menos fija hasta que da por finalizada la escritura?
RSF: Me deja hecho polvo. De veras —y no lo cuestiono—, no entiendo a los que dicen que disfrutan escribiendo, que las ideas fluyen y todo eso. A mí me cuesta horrores. Sufro al enfrentarme al papel —o a la pantalla— en blanco, al corregir y hasta destruir constantemente, al asumir que casi todas las ideas con las que empiezo, tras un largo y costoso proceso, acabarán resultando otras muy distintas.
CHC: ¿Disfruta más del camino, es decir, del tiempo de escritura, o del final, o sea, de ver ese trabajo concluido?
RSF: Como me refirió una compañera de letras, hace muy poco: no adoro escribir, adoro haber escrito.
CHC: En esta web tengo una sección dedicada a recomendar lecturas. ¿Cuál nos recomendaría usted?
RSF: Me permitirán que les recomiende a dos autoras en ciernes: Rocío Durán Bollo y su novela Títeres con cabeza, de la cual tuve el honor de ser lector beta, y Cristina Grela, que acaba de publicar La madre de todas las ciencias, cuyo primer capítulo me ha resultado tan fresco como interesante.
CHC: Para concluir, un deseo, un sueño como escritor.
RSF: Escribir bien, sin duda.