Excelente conversador (de los que escuchan y hablan), agudo tertuliano, escritor de una exagerada pulcritud, ejemplo del saber estar… Éstos son los primeros adjetivos que me vienen a la mente al evocar a Pedro Ugarte, uno de los autores vascos más respetados y reconocidos.
Si debiera quedarme con un único término, elegiría “elegante”. Elegante en sus maneras, elegante en su educación, elegante en su trato, elegante en saraos de altura y elegante en entregas de premios en concursos literarios de escuelas de barrio. Y, por supuesto, elegante en su literatura.
Tener la oportunidad y el beneplácito de entrevistar a alguien así, enriquece esta sección y a quien la lleva, es decir, a un servidor.
CHARLANDO CON…: ¿Quién es Pedro Ugarte visto por Pedro Ugarte?
PEDRO UGARTE: Bueno, no sé si mi respuesta puede ser acertada: todos tenemos una excelente opinión de nosotros mismos. Estudié derecho, trabajo como periodista y soy escritor.
CHC: ¿Cómo se presentaría como persona?
PU: Creo que mis defectos los conozco bastante bien. Mi primera virtud es la constancia. Moralmente, aspiro a hacer el menor daño posible. Lo pongo en negativo porque lo considero más seguro, y digo “el menor daño posible” porque dudo que nadie puede pasar por aquí sin hacerlo, a sabiendas o por negligencia.
CHC: ¿Y como escritor?
PU: Creo que la constancia también se proyecta en mi trabajo literario. Procuro exigirme mucho. Si te dedicas a algo, debes hacerlo con todas las consecuencias. El resultado podrá ser mejor o peor, pero nunca, dentro de mis posibilidades, habrá sido negligente.
CHC: Quizá lo haya leído en alguna otra entrevista o se lo haya oído decir a usted en alguna ocasión, pero presiento que desde muy pequeño tuvo afición a la lectura. ¿Estoy en lo cierto?
PU: A la lectura y a la escritura. La verdad es que empecé a leer libros a los siete años. Al mismo tiempo empecé a escribir. Conservo los primeros cuentos. En un cuaderno mercantil, de tapa dura, de aquellos que utilizaba mi padre en su oficina. El primer libro que leí también lo conservo, de Lolo Rico.
CHC: De niño, ¿soñó alguna vez con ser escritor?
PU: No sé si fue un sueño, exactamente. Yo escribía, escribo, me imagino que seguiré escribiendo. No hubo una decisión. Tampoco fue un sueño. Sencillamente ocurrió o, mejor dicho, ocurre cada día.
CHC: Autor de poemarios, novelas, antologías, libros de relatos, ensayos históricos… ¿Con cuál de estas disciplinas se ha sentido más a gusto?
PU: Aún escribo algún poema de vez en cuando, pero siento mucho respeto por la poesía y creo que no está realmente a mi alcance. Además en los poemas que escribo siempre cruza una veta narrativa. Creo que soy sobre todo narrador: novela, cuento y microficción.
CHC: Si por las circunstancias que fueran se viera condenado a escribir en el futuro solamente en una de ellas, ¿cuál elegiría?
PU: Es una pregunta complicada… Pero intentaré ser sincero. De los tres géneros narrativos, me quedaría con la media distancia.
CHC: ¿Por qué?
PU: Me siento cómodo en el cuento. Una novela comporta, sobre todo, un problema de estructura, y la microficción es apenas un pálpito. El cuento exige el trabajo minucioso y terco de un buen relojero.
CHC: ¿Hay algún género con el que no se atrevería?
PU: Bueno, sí he dicho que escribo poemas, pero no me considero poeta. Con el que no me atrevería, sin la más mínima duda, sería con el teatro.
CHC: Si es así, ¿por qué?
PU: Por desgracia, no tengo una gran cultura teatral. He visto poco teatro, algo más en adaptaciones televisivas y lo he leído aún menos. Sé que me pierdo algo importante, pero esa es una de mis numerosas deficiencias culturales.
CHC: Sus dos poemarios, Incendios y amenazas y El falso fugitivo, corresponden a sus primeros escritos. ¿La poesía fue, al igual que ha sucedido con otros muchos autores, su primer peldaño en la escalera de la literatura?
PU: Siempre me pregunté, de joven, por qué extraña razón tantos escritores empezaban publicando poesía y luego no solo la emprendían también con la narrativa, sino que incluso abandonaban la primera. En nuestra tradición literaria son relativamente pocos los narradores que se dedican también a la poesía. Me preguntaba por qué ocurría eso y acto seguido me ocurrió.
CHC: ¿Pudo ser, asimismo, una prueba para comprobar si eso de plasmar ideas y sentimientos en un papel le llenaba, le hacía sentirse satisfecho?
PU: Creo que la razón de que en la adolescencia y en la juventud la abrumadora mayoría de los escritores se inclinen por la poesía tiene que ver con lo más característico de esa edad: los jóvenes dan mucha importancia a sus propios sentimientos. Luego la vida, por mil caminos distintos, les obliga a relativizarlos, plegarlos, guardarlos con cuidado en su fuero interior. En muy posible que eso lleve también a tantos jóvenes poetas a abandonar el género o, en otros casos, pasarse a la narrativa o al ensayo.
CHC: ¿Sigue escribiendo poemas en la intimidad?
PU: Escribo pocos poemas, pero escribo. Desde 1990, en que terminé mi segundo libro de poemas, El falso fugitivo, he escrito los suficientes para conformar un nuevo libro. Se llama Las cosas de este mundo. Espero que se publique alguna vez.
CHC: A lo largo de su trayectoria ha obtenido diferentes premios. Con su novela Los cuerpos de las nadadoras, obtuvo el Premio Euskadi de Literatura y fue Finalista del Premio Herralde. ¿Ello la convierte en su mejor novela?
PU: Los cuerpos de las nadadoras es, por muchas razones, uno de los libros más importantes de mi vida. Pero no me atrevería a decir que es el mejor. Creo que un escritor no debe categorizar sus libros de esa forma.
CHC: ¿Qué es lo que hace buena o mala a una novela?
PU: ¿Sinceramente? El poso que deje en el lector. Todos hemos leído novelas que nos han impactado y que seguimos recordando muchos años después. Y todos hemos leído, también, novelas que olvidamos al instante. Por supuesto, en distintas personas las mismas novelas desencadenan efectos distintos…
CHC: Entre una buena acogida por parte del público o una buena acogida por parte de la crítica especializada, ¿con cuál se quedaría? Y no me diga, por favor, que son compatibles, aunque lo sean.
PU: De nuevo, sinceramente: no sé con cuál quedarme. El éxito de crítica es agradable y el éxito de público también. Pero creo que no disfrutaría de ninguno si el “precio” tuviera que ser la prohibición del otro.
CHC: ¿Reescribiría alguna de sus novelas?
PU: Todo un dilema… Creo que realizaría correcciones estilísticas, y seguramente cuanto más antigua sea una novela más correcciones habría, pero no llegaría a una verdadera reescritura: eso no sería traicionarme a mí mismo, pero sí traicionar a aquel que fui.
CHC: ¿Hay alguna novela que no haya podido finalizar?
PU: En mi juventud, muchas.
CHC: Si es así, ¿cuáles fueron los motivos?
PU: La inexperiencia, sin duda. En cuanto a mis novelas publicadas, la que más años me ha costado escribir ha sido El país del dinero, pero más que por problemas técnicos (que también los hubo) por circunstancias personales que no me permitieron dedicarme a ella con el rigor que merecía. Con los años, conseguí culminar el proyecto. Fue difícil.
CHC: ¿Qué autores y/o autoras han influido más en su obra, si es que alguno/a lo ha hecho?
PU: Al menos conscientemente, no tengo nombres concretos que hayan guiado mis pasos, lo cual no quiere decir, por supuesto, que uno no se enmarque en una tradición. Todo escritor, salvo los grandes genios, se enmarca en una tradición. Yo diría que mi literatura es realista, y que tiene mucho más que ver con un expresionismo europeo o centroeuropeo que con un realismo frío y anglosajón.
CHC: ¿Cómo ve el panorama literario a nivel de Euskadi, cómo a nivel del Estado español y cómo a nivel internacional?
PU: Estimulante, lo que resulta complicado es definir sus características principales, porque sin perspectiva temporal cualquier juicio carece de rigor. Lo que está claro, al menos entre los vascos, es que contamos con una pujante literatura en euskera y castellano, cosa por otra parte bastante cierta si echamos la vista atrás: salvo gigantes muy concretos, y todos ellos en los últimos cien o ciento veinte años, la literatura entre los vascos era casi un erial.
CHC: ¿Cree que se lee todo lo que se debiera?
PU: Solo el uso del verbo “deber” me resulta cuestionable. ¿Cuál sería la “cantidad” que “debiera” leerse? Se me hace difícil contestar a esa pregunta.
CHC: ¿Por qué no se lee más?
PU: Supongo que la revolución informática ha proporcionado unos espacios de ocio insospechados hasta hace muy poco tiempo. Pero también habría que considerar que los niveles de alfabetización han progresado mucho. Seguro que, en términos absolutos, se lee ahora más que nunca. Y es muy posible que, en términos relativos, también.
CHC: ¿Cree que desde los organismos pertinentes se fomenta debidamente el amor a la lectura, a la escritura, a la cultura?
PU: No sé si las instituciones públicas están para fomentar amores. En cuanto a ideas políticas, soy bastante liberal y no confío demasiado, en concreto, en las labores de fomento del estado. Al menos no puede compararse a su terrible eficacia recaudatoria, si bien restringida a las nóminas de los trabajadores.
CHC: ¿Qué opinión le merecen las Ferias del Libro?
PU: Bastante neutra. He estado en ocasiones y son una buena oportunidad para vender libros y también para estrechar relaciones con el público lector o con otros autores. Pero no creo que el fenómeno de la lectura, en sí, dependa de esas iniciativas comerciales.
CHC: ¿Qué haría, si estuviera en su mano y si es posible hacerlo, para mejorarlas, para atraer más público?
PU: Ojalá tuviera talento gestor para poder sugerir alguna buena iniciativa.
CHC: ¿Hay algún autor/a a quien no “pueda” leer?
PU: Los hay, muchos, pero no se los voy a decir.
CHC: ¿Y quién es el autor/a al que le encanta leer?
PU: Muchísimos, lejanos y cercanos, en el espacio y en el tiempo. Por citar una lectura recurrente: los cuentos de Borges, más que sus poemas o sus páginas de ensayo. Me los sé, pero en cada nueva lectura acuden nuevas sensaciones.
CHC: ¿Qué lecturas son las que prefiere para sus ratos de ocio?
PU: Narrativa, los tres géneros. Ensayo literario y divulgativo. Cada año descubro también dos o tres poetas que sumo a esos otros a los que siempre regreso.
CHC: ¿Cree que en algunas -o en muchas- ocasiones el éxito de un autor se debe a tener un nombre reconocido en otros medios o a una estudiada campaña de marketing?
PU: Sin duda se producen ambos fenómenos: hay escritores famosos que ya eran famosos cuando empezaron a publicar y escritores que aparecen apoyados por grandes campañas. Pero no me parecen hechos criticables: el mercado está en manos del público lector. Es él el que decide. Sé que se equivoca infinidad de veces. Posiblemente tantas como yo a título personal.
CHC: ¿Cree que puede haber autoras/es que por no ser conocidos en otros ámbitos o no disfrutar de una adecuada promoción puedan pasar inadvertidos a pesar de tener trabajos dignos de obtener más éxito?
PU: Me gustaría creer que no, que lo bueno siempre surge. La verdad es que si el mercado funcionara debería ser así. Lo cierto es que a veces empieza a sonar un nombre, lo ves mencionado en muchos sitios, un título suyo aparece en todas partes… Entonces me intereso y lo leo. Y debo decir que, en la mayoría de las ocasiones, había una buena razón para que se hablara de él. Esa impresión no incluye ciertos best sellers, cuyo éxito se basa en otras coordenadas, pero insisto en que respeto al público lector: cada uno tiene derecho a leer lo que quiera, aunque yo no acierte a explicármelo.
CHC: El nombre, o la labor de un/a representante, ¿qué porcentaje tiene en el éxito de una novela y de un autor?
PU: Lo ignoro completamente porque no tengo representante. En los años ochenta, con una gran explosión de editoriales y autores, un agente astuto pudo aupar ciertos nombres en el mercado editorial. Ahora, con la crisis, el mercado atraviesa cierta sequía. Detecto, en muchos colegas, una insatisfacción esencial con sus representantes. Claro que habrá de todo.
CHC: ¿Qué opina de los autores/as que firman libros escritos por los denominados “negros”?
PU: Que todo el mundo tiene derecho a llegar a los acuerdos contractuales que considere oportuno con quien sea, siempre que no cause daño a otros. Otra cosa es mi opinión profesional: me parece repugnante firmar un libro que haya escrito otra persona.
CHC: ¿Qué opina de los Best Sellers?
PU: Seguro que hay best sellers de calidad, del mismo modo que hay y habrá best sellers que merecerán el más inmediato olvido. Respeto, como decía antes, las opciones de la gente.
CHC: En una de las cenas que he tenido el placer y el honor de compartir con usted y con otros colegas, se comentó que existían autores que vivían de ganar premios, es decir, que escribían con un plan preconcebido dependiendo del carácter de los diferentes certámenes. ¿Cree que es cierto?
PU: En la cúpula del mercado literario es posible transitar por unos cuantos premios muy sonados. Ha habido escritores que lo han hecho pero eso no llena la cartera de una familia durante treinta o cuarenta años. Y no solo en lo económico. Me perdonará que no diga nombres, pero tengo en la memoria nombres de autores (y recientes) con una sólida trayectoria de premios importantes que hoy, no digo que estén olvidados, pero sí que publican de modo casi marginal.
CHC: En el caso de que existan, ¿qué opina de estos autores?
PU: Que tienen todo el derecho del mundo a llevar adelante su carrera como Dios (o su agente) les dé a entender.
CHC: Jugando a ser “malos”, se dice también que hay autores y autoras que guardan en el cajón de su escritorio el contrato de algunos de los principales premios literarios del Estado, o sea, que en el momento que lo firmen y acepten las condiciones, tienen el premio asegurado. ¿Qué opina?
PU: Hay premios literarios que son operaciones promocionales. En ellos se conciertan los intereses de las editoriales, los agentes, los escritores… Pero que se llegue al extremo de “cerrar” un compromiso de tal envergadura es sin duda un fraude para quienes animosamente participan con sus manuscritos. En general, yo no recomendaría a ningún autor inédito o poco conocido que envíe su manuscrito a un gran premio editorial: casi seguro que estará perdiendo el tiempo. Debería empezar por algo más accesible.
CHC: Si a usted le llegara (en caso de que no le haya llegado) una propuesta así, ¿cómo se lo tomaría?
PU: ¿El compromiso de recibir un gran premio? Diría que sí. Solo si no tuviera un manuscrito (y tuviera que escribirlo a marchas forzadas) me negaría a aceptar esa propuesta. En ese caso no solo rechazaría un premio: también rechazaría la obligación de terminar un libro para una fecha determinada. Pero insisto en que, si con un manuscrito en el cajón me prometieran un gran premio, no tenga la más mínima duda de aceptarlo y de comentarlo, muy contento, a mi mujer. Solo me consuela, de esa grave decisión moral, que nunca me la van a plantear a mí.
CHC: ¿Qué opina de los talleres de escritura?
PU: Una extraordinaria oportunidad para que un escritor novel pueda cubrir con seguridad y rapidez ciertas etapas. Nadie le puede garantizar que vaya a escribir como los ángeles, pero sí quitarse de encima lastres, errores, inercias y prejuicios de los que otros solo nos libramos tras décadas de práctica del oficio.
CHC: ¿Se puede llegar a ser buen escritor si no se lleva dentro esa especie de… “don”?
PU: Supongo que debe haber cierta predisposición, cierta facilidad y, por supuesto, esfuerzo y dedicación. Creo más en todas esas cosas que en la teoría de un don especial.
CHC: Recientemente, su novela Casi inocentes ha sido llevada al cine. ¿Qué se siente cuando recibe la llamada en la que se le anuncia el interés de una productora?
PU: La ilusión de imaginar la historia que uno ha ideado en un formato totalmente distinto, la ilusión de ver encarnados a los personajes. Todo ese genera una excitación muy especial.
CHC: ¿Participó en el guión de la película?
PU: Me lo planteó la productora, pero preferí seguir escribiendo: entrar a elaborar ese guión habría supuesto posponer otros proyectos literarios.
CHC: Por lo general, las películas no hacen justicia a las novelas. ¿Ha sido así en este caso?
PU: No sé si “justicia” pero la película sigue con bastante fidelidad la historia de la novela. Lástima que su distribución haya sido muy restringida. Poca gente ha tenido la oportunidad de verla.
CHC: Si no me falla la memoria, no ha sido la primera novela llevada a la gran pantalla, ¿me equivoco?
PU: Los cuerpos de las nadadoras fue llevada al cine por Juan Ortuoste, con la participación de Ramón Barea y Antonio Resines. En ese caso, el guión sí se separaba notablemente del libro, pero yo acepto esas cosas: un escritor debe tener muy claro que su novela, para el cine, es un mero soporte, y que los verdaderos creadores son el guionista y el director.
CHC: Y más recientemente aún, su novela El país del dinero ha sido traducida al francés. ¿Puede verse ya en las librerías del país vecino?
PU: En invierno de 2015 espero que ya esté.
CHC: ¿Qué se siente al ver su obra traducida a otro idioma, por lo que supone de internacionalización?
PU: Es un momento emocionante. Dos novelas anteriores, Pactos secretos y Casi inocentes ya fueron traducidas al italiano. Uno recorre las páginas con una extraña devoción: ahí estás tú, o lo que tú has ideado, pero en un código verbal totalmente distinto.
CHC: ¿Causa la misma satisfacción verla traducida a un idioma de gran tradición cultural, como el francés, que a otro de menor altura en este sentido?
PU: Creo que, por ejemplo, el sentimiento de gratitud que inspira a un autor el trabajo de un traductor se produce en todo caso, con toda obra y todo idioma. He visto cuentos míos traducidos al euskera, al polaco y al alemán. La gratitud es la misma. Y la emoción que refería antes también. Por otra parte, no creo que haya idiomas con menos “altura” que otros.
CHC: Metámonos en su “laboratorio”. Cómo es el proceso literario de Pedro Ugarte?
PU: Cada género requiere una técnica distinta. El cuento surge de un chispazo, de la contemplación de un suceso en la calle, la lectura de una noticia, el comportamiento de un personaje, la emisión de una frase o de una opinión. La novela es, en cambio, el parto de un animal muy grande (un elefante, una ballena) que exige largos meses de maduración.
CHC: ¿Cree en la inspiración?
PU: Creo que llamamos inspiración a algo que, realmente, no sabemos cómo llamar. Hay un verbo, algo desprestigiado, pero que me gustaría valorar: las cosas “se te ocurren”. En fin, que tenemos “ocurrencias”, aunque lamento que hoy esa palabra tenga un tono peyorativo.
CHC: ¿Es un autor de tiempos regulares o no lleva un patrón de días y horas?
PU: Escribo todos los días. A veces aprovecho unidades mínimas de tiempo. Hay gente que lo ve con cierta ironía, pero no me importa si me vale para escribir. Por ejemplo, en la universidad, en mi trabajo, a media mañana tomo un café. Pues bien, lo tomo solo, siempre solo. Mis compañeros lo saben y respetan ese tiempo. Será un café de 15 minutos, pero aprovecho ese momento para corregir dos o tres páginas.
CHC: ¿Relee mucho sus escritos?
PU: Una vez publicados no. Me gusta ojear el libro cuando está editado, pero no releo.
CHC: ¿Corrige mucho sus escritos?
PU: Invierto muchísimo más tiempo en corregir que en escribir. Es más, creo que el verdadero escritor se revela corrigiendo. Escribir (escribir la primera versión, me refiero) es la parte más neutra, más artesanal, de algo que luego se revela tremendamente complicado.
CHC: Con los mismos, ¿es un padre exigente o un padre benevolente?
PU: Nada benevolente. Hoy día, en el mundo de la imagen y de la informática, hay que exigirle mucho a un texto para justificar su existencia.
CHC: ¿Qué es lo que menos le gusta de su manera de escribir?
PU: Posiblemente la primera versión, a la que he aludido antes. Es como un rompehielos que va avanzando por un lugar que aún no existe. Lo que viene después es mucho más placentero.
CHC: ¿Y lo que más le agrada?
PU: Poner la palabra “fin”. Realmente creo que no pongo nunca la palabra “fin”, pero sí hay un momento en que uno se dice a sí mismo: “ya está”. Es un gran momento, que comporta alivio pero también satisfacción.
CHC: Su literatura ha sido catalogada de fina, aguda, elegante, incisiva… ¿está de acuerdo?
PU: Bueno, no lo sé. Son todos adjetivos elogiosos… ¿Cómo voy a ser yo el que los rechace? Ojalá usted tenga razón.
CHC: ¿Cree que posee un estilo peculiar?
PU: Sí, sin duda. Pero reconocerlo no es una muestra de vanidad. Estoy convencido de que todo escritor, mejor o peor, termina encontrando un estilo concreto, a poco que insista en la tarea. Puede que vaya evolucionando con el tiempo, pero un escritor acaba transitando siempre por los mismos caminos o, mejor dicho, andando de la misma manera.
CHC: Cuando escribe, ¿lo hace pensando en un tipo determinado de público?
PU: No, nunca pienso en el público o en un posible lector. Creo que es el mejor modo de preservar la libertad creadora y, al mismo tiempo, de conectar mejor con los demás. La única forma que tiene el escritor de tender puentes hacia los otros es cavar dentro de sí mismo.
CHC: Para un autor de su agudeza y de su capacidad de análisis, el momento político y social debe de ser una continua fuente de inspiración, ¿no?
PU: Mi última novela publicada, El país del dinero, se centraba en la crisis económica de estos últimos años, y a veces, en mis cuentos, aparecen referencias muy explícitas a ese que siempre se ha llamado, no sé con qué fortuna, “problema vasco”. Pero el núcleo de mi literatura habla de problemas personales, que es lo que más me ha interesado siempre como escritor.
CHC: En sus novelas y/o relatos, ¿aparecen muchas personas reales, tanto famosas como anónimas?
PU: No, lo hacen de forma muy puntual. Como meras alusiones.
CHC: Si un día de éstos le llegara una información que afectara a un gobierno, pongamos por caso el vasco, o el español, en la que políticos de primera línea estuvieran involucrados en tramas que podrían acabar con sus carreras en caso de ser conocidas, ¿se atrevería con una novela y con nombres y datos?
PU: No, lo dudo mucho. Esos hechos deberían salir a la luz pública, sin duda, pero no creo que la literatura, una novela, sea para ello un buen instrumento.
CHC: A la hora de la redacción, ¿habla con sus personajes?
PU: Je, je… Buena pregunta. ¿Hablar con ellos? Creo que realmente no hablo con ellos, pero me acompañan y los acompaño, eso sí.
CHC: Imagino que en el momento de ponerse a la escritura de una obra tiene prefijados los personajes y el argumento, pero, ¿aparecen tramas nuevas, e incluso nuevos personajes, a medida que la cosa avanza?
PU: Creo que eso es bastante común, sobre todo en la escritura de una novela. Cuando un autor afronta una novela tendrá ya en su cabeza hilos conductores, tramas y personajes, pero levantar ese enorme edificio exige muchas cuestiones de detalle que solo pueden ir surgiendo, poco a poco, a medida que la novela va adelante.
CHC: Suele decirse –a mí me sucede, sin ir más lejos-, que para ponerse con garantías a la escritura de una novela hay que tener muy claro al menos una cosa: el final. ¿Está de acuerdo?
PU: No sé si el final argumental, estrictamente hablando, pero desde luego un final mental o metafórico sí. Digamos que, para ponerse con una novela, uno debe saber adónde quiere ir.
CHC: ¿A cuántas personas deja leer sus borradores?
PU: Muy pocas. A veces ninguna. A veces llega la obra al editor sin un contraste previo con nadie.
CHC: ¿Hasta qué punto le influye la opinión de sus lectores de borradores?
PU: Ya digo que no suele ocurrir. Cuando era joven, sí hubo dos o tres amigos que leían los textos, pero ahora no. Las obras literarias son, en mi caso, casi un secreto.
CHC: ¿Y la de sus lectores una vez publicada la obra?
PU: Siempre interesan las opiniones de los lectores, por supuesto, pero con una obra cerrada esas opiniones, buenas o malas, siempre tienen ya una connotación fatalista: no se puede hacer nada por enmendar los errores.
CHC: Más de un autor y de una autora afirman que sus más allegados no leen sus escritos jamás, es decir, ni en borrador ni en publicación. ¿Qué opina de ello?
PU: Que, según los casos, se estarán perdiendo algo importante o estarán adoptando una sabia decisión.
CHC: ¿Es también su caso?
PU: Mi mujer me lee y luego hace algún comentario, pero bastante sentencioso, sin muchas explicaciones. Hay también amigos que compran puntualmente mis libros pero nunca me han hablado de ellos. Yo no les pregunto, claro, la amistad es cosa muy extraña, que se manifiesta de formas tan distintas…
CHC: Para terminar, ¿qué recomendaría a todas esas personas, tanto jóvenes como adultas, que no sienten inclinación a leer?
PU: Que tienen toda la libertad para no hacerlo, claro, pero que creo que se están perdiendo una de las experiencias más extraordinarias que ofrece la vida. Deberían probarlo, al menos, y ver qué pasa…