Antes de ponerme a cenar y de retirarme después al dormitorio para leer un rato como acostumbrado ritual previo a cerrar los ojos y hacer lolos, quiero expresar mi consternación y mi tristeza por el mensaje que desde un medio tan poderoso como la televisión se está lanzando en pro de la impersonalidad, de la apatía, del no diálogo, de la desmotivación, de la falta de ilusiones, del distanciamiento entre las personas…

Mi último disgusto televisivo, ése que me ha incitado a escribir las presentes líneas, es un anuncio en el que se ve a dos parejas de treintañeros que, ellas por delante y ellos por detrás, caminan perezosamente por un pueblo en lo que parece un paseo nocturno de fin de semana. Los dos chicos caminan cabizbajos, silenciosos, visiblemente aburridos, hasta que de pronto suena el móvil de uno de ellos y al consultarlo aparece en la pantalla el anuncio de un partido o de una aplicación de fútbol. En ese momento sus miradas se iluminan y la vida se viste de alegría. Incluso, si no recuerdo mal —el estupor me ha impedido ser más concreto— la voz en off del anuncio hacía referencia a lo tediosa que puede ser la existencia sin un móvil y sin el fútbol.

Lo dicho: me espera la cena y más tarde la lectura. Espero que no se me corten la digestión ni las ganas de abrir el libro. En el fondo, esta descarga va dirigida a liberar mi estómago y mi ánimo de la fatal impresión del anuncio descrito.

¿Es que nadie se da cuenta del daño que mensajes como éste pueden causar en las mentes aún por formar de nuestros jóvenes?
Estamos creando monstruos.

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