Hace no demasiadas fechas tuve la oportunidad de detenerme unos minutos frente a El abrazo, la escultura de Juan Genovés que, desde la plaza de Antón Martín, recuerda al mundo el asesinato perpetrado hace treinta y ocho años en el número 55 de la calle Atocha, de Madrid, a tiro de piedra de la mencionada plaza.En aquella ocasión, extremistas de derecha con nombres y apellidos entraron impunemente en el despacho de abogados en derecho laboral de Comisiones Obreras y militantes del Partido Comunista de España y cuando salieron dejaron tras de sí cinco cadáveres y cuatro heridos.

Delito: pertenecer a una ideología diferente y poco grata a los ojos de sectores que veían peligrar el régimen que durante casi cuarenta años había tenido a los españoles bajo la bota de una dictadura.

Hoy, esta misma mañana, dos hombres encapuchados y armados con fusiles kalashnikov han entrado en la sede del semanario Charlie Hebdo, en París, y al grito de «Alahu al akbar» (Dios es grande), se han llevado por delante a doce personas, número que presumiblemente se verá incrementado, pues de los once heridos cuatro se encuentran graves.

Delito: por lo que parece, haberse mofado del islam.

Ante estos sucesos, las reacciones son muchas y dispares. La primera sensación que nos sacude es la estupefacción, luego pueden llegar el asombro, la indignación, la condena, en algunos casos el deseo de venganza. Impresiones y sentimientos, todos ellos, superficiales, porque, a mi entender, el problema tiene raíces mucho más hondas.

Efectuando una reflexión sosegada —imagino que para quien le toque de cerca esto es imposible—, se nos plantean, siempre bajo mi humilde punto de vista, dos cuestiones:

¿Es lícito mofarse de los gustos, pasiones, aficiones, creencias, de los demás?
¿Es lícito quitar la vida a quien se mofa de nuestros gustos, creencias…?

Como en todo en este planeta, habrá respuestas diferentes y contradictorias para cada una de las dos cuestiones, lo cual quiere decir que la cosa no tiene solución. Y si alguien me tacha de pesimista le invito a hacer un repaso de la Historia del mundo desde que Caín desmochó a su hermano en un arranque de celos hasta el día de hoy. Y es más, le invito a hacer un cómputo, así, por encima, de los millones y millones de muertos en contiendas y litigios motivados por la política y por la religión, que en la mayoría de las ocasiones caminan fuertemente asidas de la mano.

Matamos y morimos por intereses políticos de cuyos beneficios jamás podremos gozar del mismo modo de quienes mueven los hilos y por dioses cuyo origen, rascando un poco en los llamados libros sagrados, parece sacado de un guión de ciencia-ficción.

Mientras exista un ser humano que considere que una creencia tiene más valor que una vida humana, estaremos en peligro.

¿Respeto a las creencias de los demás? También. El respeto es imprescindible en la relación entre personas. Pero que alguien se cague en mi puta madre no me mata.

Ah, y yo tampoco a él/ella por decirlo.

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