Nunca quise ser comercial, y sin embargo trabajé como tal veinte años. Echando la vista atrás creo que aguanté tanto tiempo por tres razones: 1. Me gustaba lo que vendía (ramo de zapatería, aunque no zapatos). 2. Me permitió viajar desde Zamora hasta Zaragoza y desde Bilbao hasta Calahorra una vez al mes, lo cual para mí, una vez cogido el pulso a la ruta, significó un placer. 3. La principal: las personas (clientes) que conocí. Entre la docena pasada de ellas con las que llegué a traspasar las fronteras del vendedor-comprador, que más o menos viene a significar el compartir confidencias hasta un lógico punto, tomar algo después del trabajo e incluso comer en sus casas en alguna ocasión (esto se dio en apenas media docena de casos, pero se dio), figura una familia de Pamplona (madre, hija e hijo) con la que entablé una relación muy sana. La madre falleció hace ya casi quince años, el hijo dejó el negocio y cambió las tapas, las suelas y los cosidos por un taller mecánico, y la hija se casó y se dedicó a ocuparse de su nueva familia. Con esto queda claro que el negocio cerró. Con ella, con la hija, que ya es feliz madre de tres criaturas mantengo una relación espaciada en el tiempo (Navidades y algún mensaje suelto muy de vez en cuando, casi siempre en relación a mis trabajos literarios, de los que es seguidora).

Hace unos días me escribió para preguntarme si conocía a una tal Irati Janariz Sota. Le contesté que el nombre no me sonaba de nada. Pregunté a mi vez quién era esa tal Irati, y me dijo que no lo sabía, pero que escribía en La voz de la Merindad, revista quincenal editada en y para la Merindad de Olite. La desconocida (para ambos) Irati Janariz Sota lleva una sección bautizada Escritos cotidianos. Hasta ahora lleva seis publicaciones. Mi antigua clienta, todavía amiga, me envió copia de esos seis escritos. Los leí sin más interés que el de poder darle una opinión, ya que me la pidió, y me encontré con unos textos que, unos en clave de artículos de opinión y otros de microrrelato (dada la extensión, el relato se hace complicado) con un estilo muy personal, un vocabulario bien cuidado y un mensaje que no se pierde en retóricas ni en descripciones vagas o imprecisas.

He intentado averiguar algo acerca de Irati Janariz Sota, incluso he telefoneado a la revista para solicitar información sobre ella, pero al parecer es una persona que desea mantenerse en el anonimato, pues, muy cortésmente, me respondieron que no estaban autorizados a ofrecer esa información. Me atrevo a aventurar que Irati Janariz Sota es un seudónimo, y que tras él se parapeta alguien conocido a un cierto nivel en el mundo de las letras. Debo confesar que ello se ha convertido en una especie de divertida obsesión por descubrir la identidad de Irati, por quitarle la máscara (si es que en realidad tiene una), sin más objetivo ni meta que el de poder felicitarle a cara descubierta por lo que, de momento, ha publicado en La voz de la Merindad. No sé si seguirá publicando ni cómo será lo que publique, pero con lo visto hasta la fecha, no puedo por menos que felicitarla, aunque tenga que ser desde el desconocimiento de su persona. Y lo hago así, desde aquí, publicando sin tu permiso, Irati Janariz Sota, tus escritos, de uno en uno. Es la mejor manera que veo ahora mismo de hacerlo. La única que tu anonimato me permite. Seas quien seas, enhorabuena.

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