Poema lisboeta -1-

Las puntas de nuestros zapatos,
allí donde Lisboa y el Tajo se besan,
contemplaban el ocaso.

Ocaso taciturno
que con sus naranjas fuego,
sus grises llanto
y sus negros quebranto,
compuso un fado.

Fado que aquella noche,
en voz de María,
escuchamos en la taberna
de un callejón sin nombre
mientras tus lagrimas rodaban
y yo, a tu lado,
bebía.

Bebía el vino
que tú bebiste,
el que luego compartimos
—lengua con lengua,
ojos cerrados,
manos con manos—
sobre el tortuoso adoquinado
de la madrugada.

Lisboa,
siempre húmeda y eterna,
siempre antigua y siempre abierta.
Esplendor de decadencias,
prosaica y poeta,
artesana, esforzada, artista.
Amante felina,
despechada y humilde,
generosa en belleza
y en atenciones egoísta.

Al amanecer,
allí donde su cuerpo de mosaico expira,
las puntas de nuestros zapatos
contemplaban el Tajo.

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