Mi sirena

Conocí a mi sirena en su pecera.
A través del cristal su voz llegaba nítida, envolvente,
con esa plenitud de las nubes de verano,
que transitan lentamente por el cielo
y nos hipnotizan con sus formas.

Recuerdo que vi sus ojos a través del cristal de su pecera.
En su quietud nadaba de un lado a otro
con sutiles, delicados, sensuales movimientos de sus manos.
Su sonrisa traspasaba las aguas
al igual que ese sol cenital de mediodía.

Luego se sumergió y sólo pude ver
la sombra de su figura, yendo de un lado para otro,
tranquila, paciente, laboriosa, responsable.

Al salir de la pecera
sus ojos cegaron la tarde,
su sonrisa se dilató sin tirantez, con dulzura,
su voz sonó cerca y transformó mis orejas en caracolas
en las que se repetía con un eco eterno.

Recuerdo sus labios cercanos a mis labios
cuando nuestras mejillas se besaron.
Nos presentaron.
Nos sonreímos.

Luego me fui.
Ella se quedó en su mundo de ondas y sal.

Llegó la noche.

Me perdí en el sueño
como desmayado en una playa desierta.
Amanecí arrullado por un canto lejano.
Durante dos días
mi sirena buceó en el mar de mis pensamientos.

Los vientos de la vida la alejaron de mis aguas.
A veces me preguntaba qué sería de ella.
La imaginaba en su pecera.
La imaginaba fuera de ella.
La recordaba en mis mejillas.
La deseaba en mi fantasía.
Soñaba locuras.

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