Nada es para siempre

Le había dicho una y mil veces que lo amaría por siempre. Una tarde de otoño, sin apenas mirarlo a los ojos, le dijo que ese amor había acabado, no había vuelta atrás. Otro hombre era el dueño de su corazón.
Inmerso en el dolor y la desesperación fue en busca de un revólver que había pertenecido a su padre. Permaneció largo rato junto al arma, hasta que tomó la decisión: si ella no era para él, no sería para nadie.
Los vio acercarse tomados del brazo, conversando entre risas y miradas cómplices. Después de asegurarse de que no había nadie en la cercanía, les salió al encuentro, empuñando el revólver.
Ella aterrorizada, su acompañante, sorprendido. Hubo un instante de silencio, hasta que ella habló.

—¿Estás loco?, ¿qué piensas hacer?

Él, sin pronunciar palabra, efectuó los disparos. Fueron dos balas para cada uno y, con un tiro en la sien, acabó con su propia vida.
El pasaje al mundo de los muertos fue parecido a lo que suelen contar quienes lo han vivido brevemente: pasar por una especie de túnel, luces… Él, a pesar de la sorpresa y de la confusión, solo pensaba en volver a verla. La buscó durante un tiempo que no pudo precisar, hasta que entre un halo de bruma, ella apareció ante él. Iba de la mano con el tipo.

                                                                                                                                                                               Alberto Gainza di Stefano