Mujeres dieron a Roma los reyes y los quitaron. Diolos Silvia, virgen, deshonesta; quitolos Lucrecia, mujer casada y casta. Diolos un delito; quitolos una virtud. El primero fue Rómulo; el postrero, Tarquino. A este sexo ha debido siempre el mundo la pérdida y la restauración, las quejas y el agradecimiento.

Es la mujer compañía forzosa que se ha de guardar con recato, se ha de gozar con amor y se ha de comunicar con sospecha. Si las tratan bien, algunas son malas. Si las tratan mal, muchas son peores. Aquél es avisado, que usa de sus caricias y no se fía dellas. Más pueden con algunos reyes, que con los otros hombres, porque pueden más que los otros hombres los reyes.

Los hombres pueden ser traidores a los reyes, las mujeres hacen que los reyes sean traidores a sí mismos, y justifican contra sus vidas las traiciones. Cláusula es ésta que tiene tantos testigos como letores.

He referido primero la descendencia de Marco Bruto que los padres, porque en el nombre y en el hecho más pareció parto desta memoria que de aquel vientre.

Tenía Bruto estatua; mas la estatua no tenía Bruto, hasta que fue simulacro duplicado de Marco y de Junio. No pusieron los romanos aquel bulto en el Capitolio tanto para imagen de Junio como para consejo de bronce de Marco Bruto. Fuera ociosa idolatría si sólo acordara de lo que hizo el muerto y no amonestara lo que debía hacer al vivo. Dichosa fue esta estatua, merecida del uno y obedecida del otro.

No le faltó estatua a Marco Bruto, que en Milán se la erigieron de bronce; y pasando César Octaviano por aquella ciudad, y viéndola, dijo a los magistrados:

-Vosotros no me sois leales, pues honráis a mi enemigo en mi presencia. Ellos, turbados por no entenderle, dijeron que dijese quién era su enemigo.

Señaló César la estatua de Marco Bruto. Afligiéronse todos, y César, riendo, alabó a los insubres, porque aun después de la adversidad honraban los amigos; y mandó no quitasen la estatua de su lugar, dando a entender generosamente que vivía de manera que tampoco le aborreció vivo.

A esta propia estatua de Marco Bruto invocó C. Albutio Silo, como del vengador de las leyes y de la libertad.

La sabiduría romana, que tuvo por maestro a su pobreza para premiar la virtud y la valentía, labró moneda con el cuño de la honra; batiola en el aire, y, sin empobrecerse del oro y la plata, tuvo caudal para satisfacer a los generosos y a los magnánimos. Puso asco para los premios ilustres en los metales, el verlos empleados en hartar ladrones y pagar adulterios y facilitar maldades, falsear leyes y escalar jueces.

Por esto aquellos padres condenaron la plata y oro a precio desautorizado de almas vendibles y de vidas mecánicas. Honraron con unas hojas de laurel una frente; dieron satisfacción con una insignia en el escudo a un linaje; pagaron grandes y soberanas vitorias con las aclamaciones de un triunfo; recompensaron vidas casi divinas con una estatua; y para que no descaeciesen de prerrogativas de tesoro los ramos y las yerbas y el mármol y las voces, no las permitieron a la pretensión, sino al mérito. Cobráronlas las hazañas; nos las daban ni vendían la cudicia ni la pasión. Ricos fueron los romanos en tanto que supieron ser pobres: con su pobreza se enterró su honra. Dar valor al viento es mejor caudal en el príncipe que minas, cuando es mejor y más cerca ser Indias que buscarlas. ¡Cuántas almas inmensas satisfizo un ramo de roble y de laurel, que con toda la riqueza de Roma, dejándola empeñada, no quedaran ricas ni contentas!

Tuvo aquel Senado crédito hasta que por las coronas y señales y flores dio paso a los ociosos, y hallose fallido luego que empezó a llenar bolsas y dejó de coronar sienes.

No faltó quién dijese que no decendió Marco Bruto de Junio, afirmando que no tuvo con él más parentesco que el del nombre.

Cuando esto fuera verdad, ¿quien podrá negarle la consanguinidad del hecho? A muchos ha forzado la comunicación del propio nombre a las propias hazañas y al propio valor, porque hay almas tan generosas, que aun lo delgado del apellido no consienten que degenere en ellos de la gloria con que se les derivó de otros.

En dedicar a Junio Bruto estatua mostraron los romanos su agradecimiento; y dieron a admirar su providencia en poner entre las estatuas de los reyes la de aquél que los desenterró de la ciudad y dejó su nombre reo. No quisieron quedar a deber nada al ejemplo ni al castigo. Pusieron en medio de los reyes al que hizo que el postrero fuese fin de los reyes. Este sitio fue docto; éste fue lugar y dotrina: no fue proporción de la geometría, sino estudio de la prudencia.

En medio de seis reyes buenos pusieron al que en el séptimo malo acabó con la sucesión inocente de la majestad de los seis, para mostrar que un rey malo merece la deshonra para el mérito de seis buenos, y que seis reyes buenos no recompensan la tiranía de uno que es malo.

Los apasionados de Julio César, que discurrían con la venganza de su muerte, dijeron que Junio Bruto no dejó hijo alguno, y que Marco Bruto decendía de un despensero de Junio. Mas Posidonio, filósofo, cuenta que Junio tuvo tres hijos; que murieron los dos, y que vivió el tercero. Y afirma que en su tiempo vio decendientes de Junio que se parecían a la estatua, y que ella los legitimaba con el semblante.

Yo juzgo que no importa probar que fue su pariente, cuando ninguno sabrá probar que no fue él mismo. El que por su virtud merece ser hijo de otro, no lo siendo, tiene mejor línea que el que lo es y no lo merece.

Marco Bruto fue varón tan grande, que igualmente es alabanza para Junio ser antecesor de Marco, como a Marco ser su decendiente.

Fue su madre Servilia, que se derivaba de Servilio Ahala, el que dio muerte a Spurio Melio con un puñal que traía escondido debajo del brazo, porque maquinaba hacerse tirano, concitando a sedición y motín el pueblo. Era Servilia hermana de Catón Uticense, a quien Marco Bruto reverenció más por las heroicas virtudes suyas que por ser su tío.

Cuando concedamos a los que por desaliñarle la casta le dan por padre al despensero de Junio Bruto, hallaremos que por cualquiera parte deciende de puñal vengador de la libertad de Roma, y que de los antecesores nobles suyos no sólo heredó Marco Bruto la virtud, sino que la creció. Y si alguno tuvo vil, no sólo disminuyó su bajeza, sino la ilustró. Aquél es heredero de su linaje, en cuyas obras se admiran los valientes, en cuyas palabras se oyen los sabios.

El noble infame no es hijo de nadie, porque de quien no lo es no lo puede ser, y de quien lo es no lo sabe ser. El que sólo es noble por la virtud de sus mayores, dé gracias a que los muertos no pueden desmentir a los vivos; que, cuando cita sus agüelos, si pudieran hablar, tantos mentises oyera como agüelos blasona. Más honra tienen los difuntos que soberbia los vivos que los quieren deshonrar. Si el despensero fue padre de Marco Bruto, las acciones de su hijo le desparecieron de su linaje.

Y por otra parte fue tan dichoso, que tuvo hijo de quien no mereció ser padre; siendo así que el nacer no se escoge, y no es culpa nacer del ruin, sino imitarle; y es mayor culpa nacer del bueno y no imitarle, cuanto es peor echar a perder lo precioso que lo vil, pues parece antes justicia que vicio el despreciarlo.

Fue inclinado a los estudios de la filosofía, y en ellos fatigó con felicidad, y mereció grande aplauso de los griegos. Prefirió la dotrina del divino Platón a todas, y siguiola. No aprobó la nueva y media Academia, y agradose más de la antigua, y siempre entre todos los sabios reverenció a Antíoco Ascalonita. Fue Marco Bruto en la lengua latina bien acomodado al estilo militar y cortesano. En la griega, con dicha afectó la brevedad lacónica. Prueban esta sentenciosa concisión sus cartas, donde pocas palabras dan luz a grandes discursos, sin que el letor eche menos lo que falta, ni deje de leer lo que no está escrito. Lo poco en sus epístolas parece que sobra, y lo que sobrara en otro no parece que falta en él. Uso de las palabras como de la moneda; razonaba oro, y no metal bajo; valía una razón ciento: tantos quilates subía su lenguaje.

Puede el hombre con ardimiento y con bondad ser valiente y virtuoso; mas faltándole el estudio, no sabrá ser virtuoso ni valiente. Mucho falta al que es lo uno y lo otro, si no lo sabe ser. La valentía mal empleada se queda en temeridad, y la virtud necia hace mal en el bien que no sabe hacer; y es a veces peor la virtud viciosa y la valentía desatinada que la cobardía cuerda y el vicio considerado, cuanto es mejor lo malo que se enmienda que lo bueno que se empeora.

Poco se diferencian el hacer mal con lo bueno, por no saber hacer bien, y el aprovechar el malo con lo malo, porque sabe hacer bien y mal. Dificultoso parece que de la virtud, siendo santa, pueda hacer delito el mal ejercicio. El oro es precioso, y dado en moneda es merced, y disparado en bala es muerte; y sin perder lo precioso queda culpado.

El que dijo que las virtudes consistían en medio, no consideró el medio de la Geometría, sino el de la Arismética, que resulta de lo bastante, entre lo falto y lo demasiado: de la manera que la religión está con majestad entre la herejía menguada y la superstición superflua. Contrarios de la virtud son quien la quita números y quien se los añade, como el número siete lo deja de ser bajando a cinco y creciendo a nueve.

El conocer en Marco Bruto que era virtuoso y que sabía serlo, le encaminó para su riesgo los buenos y los malos que en su edad vivieron en Roma. Los unos le acompañaban, los otros le aventuraron. Era apacible al pueblo su vida, y a los padres agradable su conversación y el estilo de sus escritos, en que ni él se cansaba ni cansaba; al revés de muchos que ponen la elegancia en no empezar a decir ni acabar de hablar.

Lo que más le autorizó el seso, es afianzarle en que aborrecía las novedades cuando aprobó la Academia antigua contra las opiniones modernas. Esto fue promesa de su puñal contra la nueva introducción del imperio de Julio César. Perdió el mundo el querer ser otro, y pierde a los hombres el querer ser diferentes de sí mismos. Es la novedad tan mal contenta de sí, que cuando se desagrada de lo que ha sido, se cansa de lo que es.

Y para mantenerse en novedad, ha de continuarse en dejar de serlo, y el novelero tiene por vida muertes y fallecimientos perpetuos. Y es fuerza, y que deje de ser novelero, u que siempre tenga por ocupación el dejar de ser.

Siendo mancebo, acompañó a su tío Catón, que fue inviado a Chipre contra Ptolomeo, habiendo Ptolomeo dádose muerte antes que llegase. Fue forzoso a Catón detenerse en Rodas; por esto invió a Canidio, su amigo, a Chipre a que guardase el tesoro; mas temiendo que éste no le contaría con manos abstinentes, escribió a Bruto que con toda diligencia se embarcase en Panfilia y fuese a Chipre, donde la cudicia de Canidio tuviese en su templanza estorbo honesto. Bruto obedeció al tío, aunque con desabrimiento, por juzgar la comisión forastera de sus estudios y de su inclinación, pues iba a ser sospecha de la legalidad de Canidio. Disimuló con apariencias creíbles la nota que le traía con su llegada. Y para excusarle la emienda, que le pudiera en la acusación ser culpa, le estorbó la culpa con la atención; y con grande alabanza de Catón, y sin nota de Canidio, no dejando verificar la sospecha, juntó el oro y plata, que en grande número fue llevado a Roma.

Entonces las repúblicas se administran bien cuando invían ministros a las provincias distantes, que procuran antes estorbar los robos que castigar los que roban. Más hurtos padecen los príncipes en el castigo de los hurtos por algunos jueces, que en los hurtos por los ladrones. Quien estorba que no hurte su ministro, guarda su ministro y su hacienda. Quien le deja hurtar, pierde su hacienda y su ministro. Aquellos pecados se cometen más, que más veces se castigan; por eso el ahorrar castigos es ahorrar pecados. Pocas veces deja de defenderse el que roba, con lo propio que roba. Siempre los delincuentes fueron alegrón y hacienda de los malos jueces: por esto los buscan, para hallarlos, no para corregirlos.

No quiso Catón que Canidio pudiese hurtar; no le dejó Bruto que hurtase; quedó Roma deudora a los dos de lo que era suyo dos veces: la una porque se lo dieran, la otra porque no se lo dejaron quitar.

Las monarquías se descabalan del número de sus reinos cuando a gobernarlos invían ministros que vuelven opulentos con los triunfos de la paz. Confieso que esto es empezarse a caer; mas, como empiezan a caerse por los cimientos, juntamente es acabarse de caer. Pocas leyes saben convencer de delincuente al que hurta con consideración.

Consideración llamo hurtar tanto que, habiendo para satisfacer al que invidia, y para acallar al que acusa, y para inclinar al que juzga, sobre mucho para el delincuente que hurtó para todos. De aquél tiene noticia la horca, que hurtó tan poco, que antes de la sentencia faltó qué le pudiesen hurtar.

Después que con las armas de Pompeyo y César y con los tumultos del Imperio fue amotinada la paz de la república, Bruto se inclinó a la facción juliana, porque su padre había sido muerto por Pompeyo; mas, considerando después que era obligado antes a asistir a la razón de su patria que a la suya, y juzgando por más honesta la causa de tomar las armas en Pompeyo que en César, se llegó a Pompeyo, si bien antes, cuando le vía, no le saludaba, teniendo por maldad impía comunicar, aun con la cortesía, al matador de su padre. Empero por entonces se sujetó a él, como capitán de su patria y defensor del bien y libertad pública, y con Sestio, que iba por gobernador a Cicilia, fue por legado; y no hallando allí alguna obra preclara en que ejercitarse, estando César y Pompeyo presentándose la batalla, peleando por la majestad del mundo, a la confederación del peligro vino a Macedonia; a quien Pompeyo recibió con grandes demostraciones de estimación y alegría, levantándose a abrazarle, de su asiento, prefiriéndole en el agasajo a todos los grandes capitanes que le asistían.

Ésta de Marco Bruto fue acción fiscal contra todos aquellos que prefieren el interés propio a la utilidad común. Era Pompeyo enemigo suyo por causa tan justificada como haberle muerto a su padre. Era Pompeyo entonces padre de su patria: acudió Bruto al parentesco universal, y apartose del propio; mas no sin cumplir con él. No hacía cortesía a la persona de Pompeyo; mas reverenciaba su oficio, aprobaba su intento y seguía sus armas. Fue tan buen hijo de su patria, como de su padre. El que es cumplidamente bueno, con todo cumple bien. Era enemigo de la persona de Pompeyo, y no de su oficio. Si se juntara a César, fuera buen hijo y mal ciudadano. Juntándose a Pompeyo, fue buen ciudadano y dos veces buen hijo.

Aquel hombre que pierde la honra por el negocio, pierde el negocio y la honra. Infinitas vitorias ha dado a los enemigos el interés de los propios. Ningún contrario tienen contra sí los príncipes tan grande como el propio vasallo que quiere más la vitoria para el enemigo que para su general, movido de invidia de su acierto. Observación es más verdadera que convenía lo fuese en los consejos de guerra, porque no se logre la cordura experimentada del que bien propone, votar los más en favor del adversario.

¡Oh alevosa maldad, que quiera más el ignorante perderse que seguir el parecer del que le salva! Aquel monarca que de sus consultas elige por bueno lo que votaron los más, es esclavo de la multitud, debiendo serlo de la razón.

Si el príncipe no sabe por muchos, muchos son los que le engañan; pues quien juzga por lo que oye, y no por lo que entiende, es oreja y no juez. Marco Bruto siguió al que mató a su padre, y dejó al que pretendía acabar con su madre Roma. Al uno mató, y al otro hizo matar (como veremos), sin pecar contra el bien común ni olvidarse del particular.

Fue a Cilicia, y no hallando ocasión generosa en que merecer se fue a buscar en el campo de Pompeyo el último peligro en la batalla de Farsalia. Marco Bruto, por haber servido en Chipre y enriquecido a Roma con el tesoro de Ptolomeo, y por haber servido en Cilicia en esta legacía, no pidió al Senado merced alguna.

Él, buscando el peligro en la batalla que necesitaba dél, se dio lo que deseaba y se ahorró la molestia del pedir. Tienen acabado y mendigo el mundo, no los premios que se piden por los servicios sino los premios que se piden por los premios. Infame modo de enriquecer han hallado los facinorosos: pedir que les den porque pidieron, y luego piden que les den porque les dieron. La causa desta maldad está en que los cudiciosos piden que les den algo a los que lo toman todo para sí. Por esto los unos pueden pedir y los otros no pueden negar.

A todas las partes que fue Marco Bruto, fue inviado sin su ruego ni su pretensión. Verres estuvo en Cilicia hasta que toda Cilicia estuvo en Verres. Volviose Verres a Roma: quedó Cilicia sin Verres; mas no se vino Verres sin Cilicia. Marco Bruto entró en Cilicia; Cilicia no entró en Marco Bruto: halló en la riqueza suya lo que despreciaba, y en su paz lo que no pretendía. Aquél que se estuvo y se enriqueció, había menester a Cilicia; Cilicia había menester a éste, que se vino a Macedonia ofreciéndose al riesgo.

En el ejército, Marco Bruto, fuera del estudio y la lición, sólo gastaba las horas que forzosamente asistía a Pompeyo. Y no sólo se ocupó en escribir y leer en el tiempo desocupado; mas, siendo la sazón más ardiente del verano, en el más encendido crecimiento del día, cuando en la guerra farsálica, estando impedidos los escuadrones en lagunas y pantanos, fatigado de la hambre y de la siesta, por no haberle sus criados traído la tienda ni el refresco; y cuando todos (por haberse de dar la batalla a otro día) estaban o temerosos del suceso o solícitos de su mejor defensa, Marco Bruto toda la noche gastó en escribir un compendio de Polibio, ilustrado con sus advertencias.

En los más ilustres y gloriosos capitanes y emperadores del mundo, el estudio y la guerra han conservado la vecindad, y la arte militar se ha confederado con la lición. No ha desdeñado en tales ánimos la espada a la pluma. Docto símbolo desta verdad es la saeta; con la pluma vuela el hierro que ha de herir. Por muchos sean ejemplo Alejandro el Grande y Julio César.

Alejandro, oyendo la Ilíada, de Homero, se armaba el ánimo y el corazón. Sabía que sin esta defensa, en el cuerpo la loriga y el escudo y la celada eran peso molesto y una confisión resplandeciente y grabada del temor del espíritu. Cuerpo que no le arma su corazón, las armas le esconden; mas no le arman. Quien va desnudo de sí y armado de hierro, es hombre con armas, cuando ellas son armas sin hombre. Si vive, es por ignorado; si muere, es por impedido; pues si no huye, es de embarazo y no de cobarde; y destos mueren más con sus armas que con las de los enemigos. Fácilmente los conoce la muerte en las batallas, y con elección justiciera los halla entre los aventurados y generosos. Muchas veces fue herido Alejandro desarmado, donde infinitos de los suyos eran muertos debajo de sus armas.

Julio César peleaba y escribía: esto es hacer y decir. En igual precio tuvo su estudio y su vida. Nadando con un brazo, sacó sus Comentarios en el otro. No los juzgó por menos vida que su vida.

Rigurosa imitación de los dos fue Marco Bruto, pues en la grande batalla de Farsalia escogió por armería el estudio. Habíase de mezclar el día siguiente en un riesgo tan sangriento; y cuando todos se prevenían de defensa o consideraban los peligros, él comentaba y leía a Polibio. Aplauso debido a tan grande y singular escritor, en cuya historia es eficaz el ejemplo, y verdadero el escarmiento provechoso y la sentencia viva y elegante. Armábase de noticias y de sucesos, y preveníase en lo pasado para lo porvenir.

La batalla farsálica sólo le ocupó el pensamiento de que debía hallarse en ella por la libertad de su patria. No pensó lo que en ella le podía acontecer: estudió lo que debía obrar. Considerar los peligros es prudencia de cobardes, habiendo de entrar en ellos; y también muchas veces es cobardía de valientes. El general ha de ser considerado, y el soldado obediente. Muchos vencimientos ha ocasionado la consideración, y muchas vitorias ha dado la temeridad. No apruebo los temerarios, ni condeno los cuerdos: digo quiénes son los que deben ser lo uno o lo otro, y enseño el peligro desta virtud y el logro de aquel vicio.

El ánimo que piensa en lo que puede temer, empieza a temer en lo que empieza a pensar. Y muchas veces a sí mismo se persuade el miedo, y se le hace el discurso receloso, porque no hay quien no se crea a sí mismo. Y es blasón grande del temor, siendo tan ruin, hacer de nada algo y de poco mucho.

Crece las cosas sin añadirlas, y su arismética cuenta lo que no hay. Es el testigo falso más pernicioso del mundo; porque, siendo falsario de ojos, ve lo que no mira.

Afirman que el día de la batalla en Farsalia, sabiendo que en ella defendía la parte de Pompeyo Marco Bruto, tuvo César tan grande cuidado de su persona, que mandó a sus capitanes, en lo más sangriento della, que no matasen a Bruto, sino que le perdonasen; y que si él se rindiese, se le trajesen; y que si combatiendo les hiciese resistencia, le dejasen y no le hiciesen fuerza. Afirman que hizo esta apasionada demostración César con Marco Bruto por el amor que tenía a Servilia, su madre, de quien en un tiempo estuvo muy enamorado; y porque en lo más apretado destos amores y trato nació Marco Bruto, Julio César se persuadió era hijo suyo.

Estaba la muerte de César destinada en la mano de Marco Bruto, y pone César todo su cuidado en guardar su muerte, y en traer y acercar a sí a quien le ha de matar. Esta ceguedad de solicitarse la propia ruina, fue en César grande, mas no única: imitó a muchos, y es y será imitada de muchos. ¿Qué otra cosa vemos sino hombres ocupados en negociar su propio castigo y su misma desolación?

¡Oh descaminados y contumaces deseos de los hombres, que por el contagio de la culpa os procuráis la pena! Si la piedad del gran Dios no contradijera nuestra propia pretensión, sólo concediendo los arbitrios a nuestros deseos nos castigara.

¡A cuántos, permitiéndoles el Señor de todo la riqueza que le piden, les quitó el sueño y la quietud que tenían, y les dio invidiosos y ladrones! ¡Cuántos le importunaron por dignidades y honras, a quien invió con ellas el despeñadero y la afrenta! ¿Qué mujer no le pide con vehemente ruego la hermosura, sin ver que en ella consigue el riesgo de la honestidad y la dolencia de su reputación? ¿Qué mancebo no desea gentileza y donaire, y con ella adquiere el aparato para adúltero, y los méritos para deshonesto?

Si el hombre más presumido de su acierto, a ruego de su conciencia, paseara alguna vez la verdad por los tránsitos de su vida y por los claustros de su espíritu, hallará que ha sido ruina de su alma cuanto por sí ha fabricado en ella, y contará en su salud tantos portillos como edificios. No sabe desear, y arrojarse a pedir, es delito espiritual; es necedad humana. Bien acierta quien sospecha que siempre yerra.

Quien para los negocios con Dios recusa sus deseos, sabe contestar la demanda ajustada a la ley de Dios, que es por la que se juzga.

Y como una ley sola resume los derechos del cielo, no padece equivocaciones ni consiente trampas.

Todas las luces apagó Julio César a su salud: tuvo sin ojos el deseo, desvelose en guardar su propia muerte, en traer a sí su homicida; y como determinaba a escuras, no vio la enemistad de Marco Bruto en la amistad que tenía con su enemigo Pompeyo.

Si queremos hallar la causa deste desatino de Julio César, a pocos pasos hallaremos que fue su pecado. Tenía César a Bruto por hijo suyo, y juzgábalo así por haber nacido en el tiempo que con más pasión y más encendidas finezas gozaba de Servilia, su madre.

Parentescos por línea del pecado y del adulterio, la sangre que prueban es la que derraman. Las mujeres son artífices y oficinas de la vida, y ocasiones y causas de la muerte. Hanse de tratar como el fuego, pues ellas nos tratan como el fuego. Son nuestro calor, no se puede negar; son nuestro abrigo; son hermosas y resplandecientes: vistas, alegran las casas y las ciudades; mas guárdense con peligro, porque encienden cualquier cosa que se les llega; abrasan a lo que se juntan, consumen cualquier espíritu de que se apoderan, tienen luz y humo con que hacen llorar su propio resplandor.

Quien no las tiene, está a escuras; quien las tiene, está a riesgo; no se remedian con lo mucho ni con lo poco: al fuego poca agua le enciende, mas mucha le ahoga luego; fácilmente se tiene, y fácilmente se pierde.

La comparación propia me excusa el verificarlas; porque fuego y mujer son tan uno, que no los trueca los nombres quien al fuego llama mujer, y a la mujer fuego.

La ceniza de Julio César dice bien esto entre las brasas de Servilia, que en una centella que invió con él después de tantos días, le dejó en las entrañas abrigado el incendio, y disimulada en amor paternal la hoguera.

Vencido Pompeyo en Farsalia, y roto su ejército, se retiró al mar; y en tanto que los cesarianos saqueaban los reales, Marco Bruto, por una puerta secretamente, se retiró a un lugar pantanoso, impedido con grandes lagunas, a quien escondían altos y espesos cañaverales. Desde aquí, asegurado con la escuridad de la noche, se huyó a Larisa, y desde allí escribió a César, quien, alegrándose de saber hubiese escapado sin herida, le mandó se viniese con él. Vino Marco Bruto, y no sólo le perdonó a él, antes le prefirió en honra a todos sus amigos y capitanes. Y como nadie supiese conjeturar a qué parte del mundo hubiese retirádose Pompeyo, apartándose con Marco Bruto César, le movió la plática para oír lo que sentía de la fuga de Pompeyo; de cuyas razones y discurso coligió era cierto haberse retirado a Egipto, como se retiró, y adonde Julio César le halló, siguiendo el parecer de Marco Bruto; que por esto y las causas de amor referidas tuvo tanta autoridad con César, que reconcilió con él a Casio y al rey de África, aunque tenía muy ofendido a César. Yo creo que este rey fue Juba, y no Deiotaro; y orando por él, le amparó en grande parte de su reino. Cuéntase que, oyendo la oración César dijo a sus amigos: Este mozo no sé lo que quiere, pero lo que quiere lo quiere con vehemencia.

Juvenal (autor, cuanto permitió el cielo en la gentilidad, bien hablado en el estilo de la providencia de Dios), cuando refiere que muchos días antes que se perdiese el gran Pompeyo en esta batalla, estuvo en Campania de unas calenturas ardientes muy al cabo; ponderando la ceguedad de los ruegos de los hombres que por su salud hicieron votos y sacrificios a los dioses, pidiendo vida a quien, si allí muriera, sobraran sepolturas con título de invencible, dice estas palabras, llenas de elegancia religiosa, llorando la vida que tuvo:

Provida Pompeio dederat Campania febres Optandas; sed multae urbes, et publica vota Vicerunt.

«Diole Campania calenturas que debiera haber deseado; mas vencieron los ruegos de las ciudades y los votos públicos.»

Ruegos que con piedad necia le solicitaron salud invidiosa de su honra.
¡Oh cuánta noche habitan nuestros deseos! ¡Cuánta sangre y sudor nuestro borra las sendas que camina nuestra imaginación! ¡Qué pocos caben contar entre las dádivas de Dios la brevedad de la vida! Alargose en Pompeyo para tener tiempo de rodear de calamidades su postrera hora. Perdió en Farsalia el ejército, y a la libertad de Roma la esperanza: encomendó su salud a la huida.

Marco Bruto se aseguró del cuchillo de los vencedores en unos pantanos; y fiando de la noche su temor, se fue a Larisa. Marco Bruto escribió a César; César le llamó a su real, le acarició, y con gozo extraordinario a su ruego perdonó a Casio. ¡Qué cosa no hace confederación con la desdicha del ambicioso! Su propia vitoria le arrimó a César los homicidas. Supo César perdonar, y no supo perdonarse.

Los tiranos son tan malos, que las virtudes son su riesgo. Si prosiguen en la violencia, se despeñan, si se reportan, los despeñan; de tal condición es su iniquidad, que la obstinación los edifica, y la emienda los arruina.

Su medicina se cierra en este aforismo: O no empezar a ser tirano, o no acabar de serlo; porque es más ejecutivo el desprecio que el temor.

Y aquél se alienta en la mudanza que hace el cruel que se templa; y éste crece en la porfía del que multiplicaba su crueldad. Confieso que éste acabará peor, pero no tan presto; y así el pertinaz consigue la duración, interés a que trueca la alma.

No sabía César a qué parte del mundo se había retirado Pompeyo. Apartose con Bruto, preguntole su parecer y él dio tanta verisimilitud a su conjetura, que la persuadió a seguirle en Egipto, donde le alcanzó, y recibió de Ptolomeo la cabeza de Pompeyo el Grande por caricia de su llegada.

En poder de los ruines y desagradecidos no duran más los buenos de hasta tanto que puede ser su fin lisonja de otros peores. El bueno que en poder del malo está seguro, puede ser bueno, mas no entendido. Guárdale para sacrificio con nombre de ejemplo. Los ministros y príncipes facinorosos buscan la virtud más calificada para tener que profanar en servicio de los que han menester. Y con ser invención antigua, cada siglo parece que empieza: no lo encareciera en decir que cada día.

Tan grande virtud como riesgo es ser bueno entre los malos. Y el mayor mérito para con los malos es ser entre los malos el peor. Y el que lo sabe ser y quiere medrar, por asegurarse de sólo malo, trabaja en probar que los otros malos son buenos, pues igualmente se cree en ellos virtud y se tiene sospecha.

Debía Ptolomeo a Pompeyo su reino en su padre; y cuando se vino perdido a cobrar agradecimiento tan justo, trujo a propósito del tirano los beneficios que le había hecho, para que, violándolos, diese más precio a su traición en los ojos de su enemigo, a quien granjeó con su cabeza.

Peor fue César que Ptolomeo, pues matándole no castigó la infame confianza que le sería agradable tan fea abominación. Prodigioso fue este suceso, pues osó firmar que el malo pudo ser bueno imitando al malo.

Ni se puede negar que César fuera justiciero en quitar a Ptolomeo el reino y la cabeza, porque había quitado la cabeza a Pompeyo. Mas ya que César no tuvo virtud ni valor para esto, tuvo vergüenza de mostrar alegría de la muerte de tan valiente enemigo. Y cuando se querían reír, mandó a sus ojos que llorasen, y con llanto hipócrita y lágrimas mandadas disimuló el gozo y desmintió el miedo.

Lícito es temer al enemigo para no despreciarle; mas temerle para sólo temerle, es infamia que aun en la cobardía de las mujeres halla honra que se le resiste. El valiente tiene miedo del contrario; el cobarde tiene miedo de su propio temor. De aquí le nace no tener la seguridad en otra cosa sino en la muerte de su muerte, cuando no hay enemigo que no tenga quien sólo se defiende con el mal suceso del que se le opone.

Plutarco, en la Vida de Foción, sumo filósofo y general invencible, dice que, estando Atenas en la postrera ruina por las armas de Filipo, rey de Macedonia, llegó nueva que Filipo era muerto; y como los viles y abatidos consultasen que por la muerte de tan grande enemigo se hiciesen a los dioses sacrificios públicos, alegrías y juegos, Foción, ásperamente, lo estorbó, diciendo era señal de ánimo cobarde y confisión vergonzosa del temor rústico de la república hacer fiestas por la muerte de su enemigo, y reprehendió con unos versos de Homero a Demóstenes, porque habló mal de Alejandro su hijo de Filipo.

Según esto, siendo dicha que muera el enemigo, como es forzosa la alegría, es honesta la disimulación della; porque sólo son artífices de hechos grandes corazón confiado y razón desconfiada.

La burla que hicieron en Milán de la mujer de Federico Barbarroja, le ocasionó a no dejar piedra sobre piedra en Milán, y a desquitar con la sangre de todos la maldad de algunos infamemente regocijados en el desprecio del enemigo ausente.

Manchada parece que está con fealdad la honra y la virtud de Marco Bruto en haber aconsejado a César el camino por donde con certeza alcanzase a Pompeyo, cuyo soldado había sido el día antes, a quien, por la libertad de la patria con elección leal se sujetó, obedeciéndole por general. Facciones tiene esta acción de alevosa y vil. No se deben juzgar con prisa las acciones del virtuoso, docto y valiente, partes que en eminente grado resplandecieron en Marco Bruto.

Esta consideración me detuvo el juicio precipitado en la mala vislumbre de traición que contra su general le acusaba de chismoso. ¡Oh cuán sólidamente obra quien es sólidamente bueno! Donde se mostró misterioso, pareció culpado a la vista de los mal contentos de las obras ajenas.

Esta misma acusación hacen los ojos con nubes al cristal que miran, diciendo: Está escuro; y llaman defeto del objeto el de la potencia. Lo que no pueden ver bien, dicen que ven malo, y la ceguera propia llaman mancha ajena.

Marco Bruto, en tanto que Pompeyo en Roma era persona particular, no le saludaba ni hacía cortesía, acordándose que había hecho matar a su padre. Cuando Pompeyo se encargó del ejército romano para defender la libertad pública, suspendió el odio propio por asistir a la defensa común y universal, y se escribió soldado de Pompeyo. Peleó en la guerra de Farsalia con él, porque defendía a su patria. Perdió Pompeyo la batalla, y huyose.

Luego que Marco Bruto vio que Pompeyo con la fuga sólo se defendía a sí, por la memoria de la muerte de su padre trató de vengarla en Pompeyo, que la causó; por lo cual supo con alabanza asistir a su madre Roma y defenderla, y vengar sin delito a su padre muerto. Púsole en las manos de César, que sabía no se aseguraría dél menos que con su muerte: no porque el valor de Julio César temía la persona y armas de Pompeyo, sino el pretexto y razón de sus armas.

No había entonces la ley evangélica mandando amar los enemigos, preceto sumamente santo, eternamente seguro y humanamente descansado, sólo difícil de persuadir a la bestialidad de la ira. Hoy nos es mandato, y los más (por nuestros pecados) le obedecemos al revés. Oímos los gritos que nos exhortan a amar a nuestros enemigos: habían de obedecerse en amar los del cuerpo, y obedecémoslos en amar los del alma. En los malos, que son muchos, ¿qué otra cosa se ama que el mundo? ¿En qué otra cosa se agota la afición que en la carne y en el demonio?

Disculpámonos nosotros, enseñados por la verdad, y acusamos a los gentiles sin luz, que, guardando el decoro a la virtud moral y política, se vengaron de ofensas en su religión irremisibles, en la cual el darse muerte a sí mismos era acción heroica y se vio premiada con estatuas y aras.

No hay fiar en vitorias: si César no venciera esta batalla, no arrimara a su corazón en su lado los puñales de Bruto y de Casio. Menos se ha de fiar en socorros y confederaciones.

Si Pompeyo no fuera asistido de Marco Bruto (cosa que estimó tanto), no trajera a sí la espía de su retirada para su muerte.

Una cosa es tener y alcanzar vitorias, otra lograrlas. Es hazaña de la providencia de Dios el vencer con sus propias vitorias a los vencedores; porque es peor no saber vencer, que ser vencido. Dios para su castigo no necesita de confederar su justicia con la calamidad del delincuente. Da riquezas para empobrecer, da vitorias para rendir, da honras para desautorizar.

Y por el contrario, autoriza con el desprecio, hace vitoriosos con la pérdida, y con la pobreza ricos. Parte desto sin respuesta se ha verificado en Bruto, en Pompeyo y en César; y en esta vida y en estas muertes se verificará todo.

Habiendo de pasar César a África contra Catón y Scipión, dejó a Bruto en la Galia Cisalpina por buena dicha de aquella provincia; porque, como las otras provincias, por la avaricia y lujuria de los gobernadores, estuviesen peor tratadas de la insolencia de la paz que pudieran estarlo del furor del la guerra, esta sola provincia, en la virtud, religión y templanza de Marco Bruto restaurada de los robos de sus antecesores, respiraba gozosa y abundante. Y en virtud deste buen gobierno, Marco Bruto hizo a César amable de todos los que primero le aborrecían. Por lo cual, volviendo César a Italia por las ciudades que habían gozado el gobierno de Bruto, cobró el agradecimiento de tal ministro en aclamaciones gloriosas de todos, que con el reconocimiento de Bruto le fueron aplauso magnífico.