Hechos y desechos

María se dirige fatigosa a la Delegación de Hacienda. En el rellano, un ujier con aire policial requiere su cita previa. La anciana se encoje, casi tiembla. Días peleándose con la señorita del teléfono. Que pulse el uno, que pulse el dos… Imposible. Su nieto, al verla abatida, le hizo el favor. Tecleando el ordenador, logró su propósito. Le explicó que sería la última vez que tendría cita presencial. En adelante, debería hacer su declaración trimestral de IVA digitalmente. Tendría que aprender. Él estaba muy ocupado con su gimnasio y sus cosas. Los dedos artríticos y torpes enredan en el fondo del bolso. ¿Dónde estará el dichoso papel? Qué susto. Dobladito con mucho cuidado, ahí está. Se lo enseña al ujier que, condescendiente, la deja pasar. Su escasa pensión no podría soportar más recargos. La van a atender, suspira con alivio y pasa a la sala de espera. Hace frío. Un aire demasiado gélido para estar cómoda. Toma asiento entre dos señoras orondas por ver si entra en calor. La sala carece de alfombras y tapicería. El frío acero de los asientos se mimetiza con la gente. Nadie ha respondido a su saludo. Las señoras gordas que la custodian ni siquiera la han mirado. Ni un leve respingo al dejarle sitio. Al observarlas más detenidamente, se da cuenta de que están congeladas. Ellas y el resto de la gente que espera en la sala. María siente un extraño entumecimiento. El señor del bigote escarchado muestra un rictus de desesperación. El hombre se aferra a una documentación que no verá la luz. El ujier asoma por el filo de la puerta. La última señora sujeta con sus garras un papel muy doblado. No hay exhalación. Es hora de retirarlos.

                                                                                                                                                                                              Mila García-Abad