El reloj de cuco

El reloj de cuco llevaba un año sin dar la hora. Para el pequeño pueblo suizo, el hecho de que el reloj de cuco de la alcaldía estuviera estropeado era un problema lo suficientemente importante como para que se le dedicara un pleno especial del ayuntamiento.
La señora Schmidt fue la elegida para elevar la protesta al cabildo.
En todo el pueblo y en las montañas circundantes resonaban las 09:00 h cuando la señora Schmidt, seguida por un ciento de niños escuálidos, entraba en la sala de plenos del ayuntamiento. Justo antes de traspasar el umbral miró hacia el reloj torciendo el gesto, justo a tiempo de ver cómo el señor cuco entraba en la casa y se cerraba la puerta tras él.
La señora Schmidt colocó a los niños en las primeras filas. Ella se quedó de pie en medio del pasillo.
El alcalde le instó a elevar sus demandas, y ella, acercándose al estrado, le ofreció un par de hojas con los nombres de todos los vecinos del pueblo adhiriéndose a su demanda, la cual procedió a explicar:

—Señor alcalde, el reloj del ayuntamiento lleva más de un año sin dar las doce. Al principio ninguno de nosotros le dio importancia, porque supusimos que sería un problema mecánico que se solucionaría rápido. Un año después, el problema se está agudizando. Niños, poneos en pie. Que nuestro ayuntamiento os vea las caras demacradas, los ojos hundidos enmarcados por unas oscuras ojeras, los cuerpos esqueléticos apenas cubiertos de piel…
—Señora, los miembros de esta alcaldía son conscientes de la situación de sus niños.
—¿Y a qué está esperando para solucionar el problema? ¿A que nuestros niños empiecen a morir? No falta mucho, la verdad. El sonido del reloj dando las doce es lo único que alerta en todo el valle de que es la hora de comer. Nuestros hijos llevan más de un año sin hacerlo. Siguen cuidando las vacas, labrando el campo, recogiendo fruta… sin descanso hasta la noche. Tenemos que ponerle fin a esto.

El alcalde llevó a la señora Schmidt a la torre de la alcaldía en donde estaba el mecanismo del reloj. Allí, el señor Gilbert, un hombre de cara sonrosada, casi roja, bajito y gordo como un tonel, que era el encargado de su mantenimiento, le explicó el problema.

—Puede ver el complejo mecanismo con espacios tan reducidos que apenas cabe una mano. También puede ver que tiene diferentes niveles de movimientos y personajes. Yo no estoy cualificado para solventar este problema. Llevo un año buscando un maestro relojero para que lo solucione, sin suerte.
—Dígame ¿Cuál es el problema?
—La señora cuco se niega a salir a las doce, porque al señor cuco se le van los ojos detrás de la joven que saca las vacas a esa hora.
—Hombres. Debí imaginarlo.

La señora Schmidt se acercó al mecanismo y lo recorrió de arriba abajo hasta localizar a los tres personajes. En seguida advirtió que la posición del señor cuco no era la idónea para el recorrido de las 12:00 h. Estaba ligeramente girado hacia un lado. La señora cuco, con cara de enfado, miraba de frente sin quitar los ojos del señor cuco. Dos niveles de mecanismo más abajo, una joven sonriente sacaba las vacas a pasear, mientras miraba hacia arriba al sol.
La señora Schmidt en seguida se hizo cargo de la situación. Se acercó a la ventana de la torre y, asomándose, llamó a su hijo de seis años para que subiera inmediatamente. Paseó la mirada entre la multitud de personas paradas en la plaza frente al ayuntamiento, y la detuvo en una niña que llevaba una muñeca de trapo. La llamó y le pidió que subiera.
Mientras ambos niños subían, ella se dedicó a revisar las esquinas de la habitación, hasta encontrar un pequeño trozo de madera que recogió.
Cuando ambos niños llegaron, ella los llevó a un aparte, y los tres con las cabezas muy juntas cuchichearon. La madre le dio algo al niño, que este guardó en el bolsillo.
El hijo muy despacio, contorsionándose y reptando entre el mecanismo, llegó hasta el señor cuco y lo giró, aproximadamente 38 grados.
Luego, lentamente, retrocedió y bajó dos niveles.
El señor Gilbert apenas podía creerlo. Aquel pequeñajo escuálido pasaba por apenas un milímetro entre los preciados mecanismos de su reloj.
El niño sacó algo del bolsillo y manipuló con sumo cuidado la figura de la joven que a las 12:00 h sacaba las vacas. Su madre se asomó a la ventana para mirar la hora, y viendo que apenas quedaban dos minutos para las 12:00, le urgió a que se diera prisa.

—Madre, ya casi está terminado.

La señora Schmidt le guiñó un ojo a la señora cuco.
Dieron las 12:00 h.
El señor cuco y la señora cuco salieron cada uno por su lado del reloj. Al llegar al centro se besaron doce veces. Y volvieron a entrar en la casa.
Cuando estaba en la puerta, la señora cuco miró hacia abajo y vio a una joven embarazada con un delantal y un gorro que le tapaba toda la cara. Estaba sacando sus vacas al campo.
La señora cuco, sonriendo mientras cerraba la puerta, pensó:

—Hombres…

                                                                                                                                                                                          Marian Nieva Resano