El tiempo de confinamiento que padecimos el pasado año debido a la COVID-19 y los meses que han seguido, marcados por la misma pandemia, que continúa ahí presente, han avivado un fenómeno que ya se venía produciendo desde algunos años atrás: escribir, o para ser más correctos, publicar, es decir, ver nuestro nombre impreso en la portada de un relato, un libro de cuentos, un poemario o, sobre todo, una novela, que parece que es lo que más viste.

Y me parece maravilloso que el deseo, la pasión o la necesidad por escribir nos lleven a ponernos ante el cuaderno o el ordenador –la máquina de escribir parece relegada al olvido- y comenzar a anotar, estructurar y dar forma a nuestra historia. Escribir es contribuir a la cultura, al arte, e ilusiona imaginar un paisaje repleto de árboles plagados de trabajos literarios antes que uno árido, yermo y de ramas vacías.

Hace años hablaba con un periodista y gestor cultural acerca del ingente número de obras publicadas cada año en el Estado español y de la brevedad con que los nuevos títulos permanecen expuestos en las librerías. Y me decía que estaba seguro de que por esos motivos se quedaba sin salir de las cajas más de una obra novel digna de ser leída, y con ello segada la trayectoria de un autor/a que, con otros planteamientos, tendría la oportunidad de labrarse un futuro en el mundo de las letras y al mismo tiempo cumplida su ilusión, aspecto éste que no es moco de pavo.

Junto a este fenómeno, inquietud o moda, que cada uno lo interprete como mejor le parezca, se está dando otro que me alarma: el afán de escribir/publicar que manifiestan personas a las que leer les parece una pérdida de tiempo, algo que nunca les ha atraído y por lo que no se van a dejar seducir. Personalmente, conozco dos casos en los que los susodichos incluso presumían de huir de los libros como los gatos del agua, al tiempo que se encontraban inmersos –pidiendo sopitas a diestro y siniestro, eso sí- en sendos trabajos literarios.

No voy a ser quien me enfrente gratuitamente a quienes así piensan y actúan. Cada uno es muy libre de hacer de su capa un sayo. Además, posiblemente se hayan dado casos en la historia –y digo posiblemente porque es un dato que ignoro- de grandes autores y autoras que no se hayan caracterizado precisamente por su afición a la lectura. Pero considero que, salvo excepciones muy excepcionales, leer es la mejor base para escribir. Leer sin tener en cuenta las épocas ni los temas. Leer de todo y luego, por supuesto, recrearse en aquellos géneros que más nos gustan.

Dejando a un lado el ya de por sí enorme placer de la lectura, me parece fundamental leer para sentarnos a escribir con un bagaje, una visión y un recorrido amplio y rico. Escribir con la cabeza llena de lecturas, de estilos, de formas, de métodos, de trucos… abrir la imaginación… comenzar una andadura con la mochila llena de víveres… enfrentarnos a situaciones con lo aprendido de otros… pisar un terreno familiar aunque no explorado por nosotros… sentirnos acompañados por autoras y autores a los que hemos conocido a través de sus páginas… Y escribir sin prisas, cuidando el lenguaje, limando las frases, sin pensar en nada más que en intentar conseguir trasladar al papel o al ordenador, de la manera más pulcra, trabajada y cuidada, la historia que nos acucia a ser contada. Una vez conseguido esto, será hora de las diferentes fases que se producen en el proceso de la publicación.

Leer como actividad en sí misma, independiente de escribir, porque, por mucho que nos pese, lo primero no garantiza lo segundo.

Concluyo estas líneas con un poema de la poeta Idoia Mielgo Merino que habla, precisamente de eso, de leer, y que refleja muy acertadamente el alma de lo que leer significa o, a mi entender, debería significar.

LEER
Hay que leer, leer… leer,
llenar todo de palabras
inundar los huecos del silencio
que reverbera en el alma,
distrayendo los minutos
en la suavidad de unos versos,
o en historias inventadas,
olvidarse del discurso
mil veces interpretado
en el vacío escenario
que queda tras una marcha.

Leer, llenarse de otros
vaciarse de uno mismo
desoyendo ese latido
que los instintos conmueve,
bucear entre renglones,
ascender por el lenguaje
aligerar equipaje,
que se templen las pasiones.

 

One thought on “El placer de leer, la urgencia por escribir

  1. Lectura y escritura se retroalimentación, siempre y sin excepción. Imposible concebir la una sin la otra. Se equilibran, se entrelazan. La simbiosis perfecta.

Responder a Esther Zorrozua Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *