Personas que hablan en la obra:

  • Don ALONSO, caballero
  • Don RODRIGO
  • Don FERNANDO
  • Don PEDRO
  • El REY don Juan, el II
  • El CONDESTABLE
  • TELLO, criado gracioso
  • Doña INÉS, dama
  • Doña LEONOR
  • ANA, criada
  • FABIA, vieja hechicera y alcahueta
  • MENDO
  • Un LABRADOR
  • Una SOMBRA
  • CRIADOS
  • ACOMPAÑAMIENTO
  • GENTE

ACTO PRIMERO

Sale don ALONSO

ALONSO: Amor, no te llame amor
el que no te corresponde,
pues que no hay materia adonde
no imprima forma el favor.
Naturaleza, en rigor,
conservó tantas edades
correspondiendo amistades;
que no hay animal perfeto
si no asiste a su conceto
la unión de dos voluntades.
De los espíritus vivos
de unos ojos procedió
este amor, que me encendió
con fuegos tan excesivos.
No me miraron altivos,
antes, con dulce mudanza,
me dieron tal confïanza,
que, con poca diferencia,
pensando correspondencia,
engendra amor esperanza.
Ojos, si ha quedado en vos
de la vista el mismo efeto,
amor vivirá perfeto,
pues fue engendrado de dos;
pero si tú, ciego dios,
diversas flechas tomaste,
no te alabes que alcanzaste
la victoria que perdiste
si de mí solo naciste,
pues imperfeto quedaste.


Salen TELLO, criado, y FABIA

FABIA: ¿A mí, forastero?

TELLO: A ti.

FABIA: Debe pensar que yosoy perro de muestra.

TELLO: No.

FABIA: ¿Tiene alguna achaque?

TELLO: Sí.

FABIA: ¿Qué enfermedad tiene?

TELLO: Amor.

FABIA: Amor, ¿de quién?

TELLO: Allí está,
y él, Fabia, te informará
de lo que quiere mejor.

FABIA: Dios guarde tal gentileza.

ALONSO: Tello, ¿es la madre?

TELLO: La propia.

ALONSO: ¡Oh, Fabia! ¡Oh, retrato! ¡Oh, copia
de cuanto naturaleza
puso en ingenio mortal!
¡Oh, peregrino doctor,
y para enfermos de amor
Hipócrates celestial!
Dame a besar la mano,
honor de las tocas, gloria
del monjil.

FABIA: La nueva historia
de tu amor cubriera en vano
vergüenza o respeto mío;
que ya en tus caricias veo
tu enfermedad.

ALONSO: Un deseo
es dueño de mi albedrío.

FABIA: El pulso de los amantes
es el rostro. Aojado estás.
¿Qué has visto?

ALONSO: Un ángel.

FABIA: ¿Qué más?

ALONSO: Dos imposibles bastantes,
Fabia, a quitarme el sentido;
que es dejarla de querer
y que ella me quiera.

FABIA: Ayer
te vi en la feria perdido
tras una cierta doncella,
que en forma de labradora
encubría el ser señora,
no el ser tan hermosa y bella;
que pienso que doña Inés
es de Medina la flor.

ALONSO: Acertaste con mi amor;
esa labradora es
fuego que me abrasa y arde.

FABIA: Alto has picado.

ALONSO: Es deseo
de su honor.

FABIA: Así lo creo.

ALONSO: Escucha, así Dios te guarde.

Por la tarde salió Inés
a la feria de Medina,
tan hermosa que la gente
pensaba que amanecía;
rizado el cabello en lazos,
que quiso encubrir la liga,
porque mal caerán las almas
si ven las redes tendidas.
Los ojos, a lo valiente,
iban perdonando vidas,
aunque dicen los que deja
que es dichoso a quien la quita.
Las manos haciendo tretas,
que como juego de esgrima
tiene tanta gracia en ellas,
que señala las heridas.
Las valonas esquinadas
en manos de nieve viva;
que muñecas de papel
se han de poner en esquinas.
Con la caja de la boca
allegaba infantería,
porque sin ser capitán,
hizo gente por la villa.
Los corales y las perlas
dejó Inés, porque sabía
que las llevaban mejores
los dientes y las mejillas.
Sobre un manteo francés
una verdemar basquiña,
porque tenga en otra lengua
de su secreto la cifra.
No pensaron las chinelas
llevar de cuantos la miran
los ojos en los listones,
las almas en las virillas.
No se vio florido almendro
como toda parecía;
que del color natural
son las mejores pastillas.
Invisible fue con ella
el amor, muerto de risa
de ver, como pescador,
los simples peces que pican.
Unos le ofrecieron sartas,
y otros arracadas ricas;
pero en oídos de áspid
no hay arracadas que sirvan.
Cuál da a su garganta hermosa
el collar de perlas finas;
pero como toda es perla,
poco las perlas estima;
yo, haciendo lengua los ojos,
solamente le ofrecía
a cada cabello un alma,
a cada paso una vida.
Mirándome sin hablarme,
parece que me decía,
“No os vais, don Alonso, a Olmedo,
quedaos agora en Medina.”
Creí me esperanza, Fabia;
salió esta mañana a misa,
ya con galas de señora,
no labradora fingida.
Si has oído que el marfil
del unicornio santigua
las aguas, así el cristal
de un dedo puso en la pila.
Llegó mi amor basilisco,
y salió del agua misma
templado el veneno ardiente
que procedió de su vista.
Miró a su hermana, y entrambas
se encontraron en la risa,
acompañando mi amor
su hermosura y mi porfía.
En una capilla entraron;
yo, que siguiéndolas iba,
entré imaginando bodas.
¡Tanto quien ama imagina!
Vime sentenciado a muerte,
porque el amor me decía,
“Mañana mueres, pues hoy
te meten en la capilla.”
En ella estuve turbado;
ya el guante se me caía,
ya el rosario, que los ojos
a Inés iban y venías.
No me pagó mal. Sospecho
que bien conoció que había
amor y nobleza en mí;
que quien no piensa no mira,
y mirar sin pensar, Fabia,
es de ignorantes, y implica
contradicción que en un ángel
faltase ciencia divina.
Con este engaño, es efecto,
le dije a mi amor que escriba
este papel; que si quieres
ser dichosa y atrevida
hasta ponerle en sus manos,
para que mi fe consiga
esperanzas de casarme,
tan en esto amor me inclina,
el premio será un esclavo
con una cadena rica,
encomienda de esas tocas,
de mal casadas envidia.

FABIA: Yo te he escuchado.

ALONSO: ¿Y qué sientas?

FABIA: Que a gran peligro te pones.

TELLO: Excusa, Fabia, razones,
si no es que por dicha intentes
como diestro cirujano,
hacer la herida mortal.

FABIA: Tello, con industria igual
pondré el papel en su mano,
aunque me cueste la vida,
sin interés, porque entiendas
que, donde hay tan altas prendas,
sola yo fuera atrevida.
Muestra el papel. (Que primero Aparte
lo tengo de aderezar.)

ALONSO: ¿Con qué te podré pagar
la vida, el alma que espero,
Fabia, de esas santas manos?

TELLO: ¿Santas?

ALONSO: ¿Pues, no, si han de hacer
milagros?

TELLO: De Lucifer.

FABIA: Todos los medios humanos
tengo de intentar por ti,
porque el darme esa cadena
no es cosa que me da pena,
con confïada nací.

TELLO: ¿Qué te dice el memorial?

ALONSO: Ven, Fabia, ven, madre honrada,
porque sepas mi posada.

FABIA: Tello…

TELLO: Fabia…

FABIA: No hables mal;
que tengo cierta morena
de extremado talle y cara.

TELLO: Contigo me contentara
si me dieras la cadena.
Vanse.

Salen doña INÉS y doña LEONOR

INÉS: Y todos dicen, Leonor
que nace de las estrellas.

LEONOR: De manera que sin ellas
¿no hubiera en el mundo amor?

INÉS: Dime tú; si don Rodrigo
ha que me sirve dos años,
y su talle y sus engaños
son nieve helada conmigo,
y en el instante que vi
este galán forastero,
me dijo el alma, “Éste quiero.”
Y yo lo dije, “Sea ansí.”
¿Quién concierta y desconcierta
este amor y desamor?

LEONOR: Tira como ciego Amor,
yerra mucho, y poco acierta.
Demás, que negar no puedo,
aunque es de Fernando amigo
tu aborrecido Rodrigo,
por quien obligada quedo
a intercederte por él,
que el forastero es galán.

INÉS: Sus ojos causa me dan
para ponerlos en él,
pues pienso que en ellos vi
el cuidado que me dio,
para que mirase yo
con el que también le di.
Pero ya se habrá partido.

LEONOR: No le miro yo de suerte
que pueda vivir sin verte.

Sale ANA, criada

ANA: Aquí, señora, ha venido
la Fabia… o la Fabiana.

INÉS: ¿Pues quién es esa mujer?

ANA: Una que suele vender
para las mejillas grana,
y para la cara nieve.

INÉS: ¿Quieres tú que entre, Leonor?

LEONOR: En casas de tanto honor
no sé yo cómo se atreve;
que no tiene buena fama;
mas, ¿quién no desea ver?

INÉS: Ana, llama esa mujer.

ANA: Fabia, mi señora os llama.

Vase. Sale FABIA, con una canastilla

FABIA: (¡Y cómo si yo sabía       Aparte
que me habías de llamar!)
¡Ay! Dios os deje gozar
tanta gracia y bizarría,
tanta hermosura y donaire;
que cada día que os veo
con tanta gala y aseo,
y pisar de tan buen aire,
os echo mil bendiciones;
y me acuerdo como agora
de aquella ilustre señora
que con tantas perfecciones
fue la fénix de Medina,
fue el ejemplo de lealtad.
¡Qué generosa piedad
de eterna memoria digna!
¡Qué de pobres la lloramos!
¿A quién no hizo mil bienes?

INÉS: Dinos, madre, a lo que vienes.

FABIA: ¡Qué de huérfanas quedamos
por su muerte malograda!
La flor de las Catalinas
hoy la lloran mis vecinas;
no la tienen olvidada.
Y a mí, ¿qué bien no me hacía?
¡Qué en agraz se la llevó
la muerte! No se logró.
Aun cincuenta no tenía.

INÉS: No llores, madre, no llores.

FABIA: No me puedo consolar
cuando le veo llevar
a la muerte las mejores,
y que yo me quedo acá.
Vuestro padre, Dios le guarde,
¿está en casa?

LEONOR: Fue esta tarde
al campo.

FABIA: Tarde vendrá.
Si va a deciros verdades,
mozas sois, vieja soy yo…
Más de una vez me fïó
don Pedro sus mocedades;
pero teniendo respeto
a la que pudre, yo hacía,
como quien se lo debía,
mi obligación. En efeto,
de diez mozas, no le daba
cinco.

INÉS: ¡Que virtud!

FABIA: No es poco,
que era vuestro padre un loco;
cuanto veía, tanto amaba.
Si sois de su condición,
no admiro de que no estéis
enamoradas. ¿No hacéis,
niñas, alguna oración
para casaros?

INÉS: No, Fabia.
Eso siempre será presto.

FABIA: Padre que se duerme en esto,
mucho a sí mismo se agravia.
La fruta fresca, hijas mías,
es gran cosa, y no aguardar
a que la venga a arrugar
la brevedad de los días.
Cuantas cosas imagino,
dos solas, en mi opinión,
son buenas, viejas.

LEONOR: ¿Y son?

FABIA: Hija, el amigo y el vino.
¿Veisme aquí? Pues yo os prometo
que fue tiempo en que tenía
mi hermosura y bizarría
más de algún galán sujeto.
¿Quién no alababa mi brío?
¡Dichoso a quien yo miraba!
Pues, ¿qué seda no arrastraba?
¡Qué gasto, qué plato el mío!
Andaba en palmas, en andas.
Pues, ¡ay Dios!, si yo quería,
¿qué regalos no tenía
de esta gente de hopalandas?
Pasó aquella primavera,
no entra un hombre por mi casa;
que como el tiempo se pasa,
pasa la hermosura.

INÉS: Espera.
¿Qué es lo que traes aquí?

FABIA: Niñerías que vender
para comer, por no hacer
cosas malas.

LEONOR: Hazlo ansí,
madre, y Dios te ayudará.

FABIA: Hija, mi rosario y misa:
esto cuando estoy de prisa,
que si no…

INÉS: Vuélvete acá.
¿Qué es esto?

FABIA: Papeles son
de alcanfor y solimán.
Aquí secretos están
de gran consideración
para nuestra enfermedad
ordinaria.

LEONOR: Y esto, ¿qué es?

FABIA: No lo mires, aunque estés
con tanta curiosidad.

LEONOR: ¿Qué es, por tu vida?

FABIA: Una moza,
se quiere, niñas, casar;
mas acertóla a engañar
un hombre de Zaragoza.
Hase encomendado a mí…
Soy piadosa… y en fin es
limosna, porque después
vivan en paz.

INÉS: ¿Qué hay aquí?

FABIA: Polvos de dientes, jabones
de manos, pastillas, cosas
curiosas y provechosas.

INÉS: ¿Y esto?

FABIA: Algunas oraciones.
¡Qué no me deben a mí
las ánimas!

INÉS: Un papel
hay aquí.

FABIA: Diste con él
cual si fuera para ti.
Suéltale. No le has de ver,
bellaquilla, curiosilla.

INÉS: Deja, madre…

FABIA: Hay en la villa
cierto galán bachiller
que quiere bien una dama;
prométeme una cadena
porque le dé yo, con pena
de su honor, recato y fama.
Aunque es para casamiento,
no me atrevo. Haz una cosa
por mí, doña Inés hermosa,
que es discreto pensamiento.
Respóndeme a este papel,
y diré que me la ha dado
su dama.

INÉS: Bien lo has pensado
si pescas, Fabia, con él
la cadena prometida.
Yo quiero hacerte este bien.

FABIA: Tantos los cielos te den,
que un siglo alarguen tu vida.
Lee el papel.

INÉS: Allá dentro,
y te traeré respuesta.

Vase