Llevas dos días en gris, buscando en el espejo el paisaje que no te brinda la ventana.
Pasan en gris niebla las mañanas, las tardes se arman de gris tormenta para robarle negrura a la noche y teñir la luna de gris tristeza.
Y yo no tengo respuesta alguna, ni aire suficiente en los pulmones para desterrar el velo gris de tu mirada; tan sólo la certeza de que el duende gris de la melancolía ha anidado en tu pecho, llenando de silencios nuestras horas, empañando el cristal de tu alegría.